Marruecos me dejó paisajes hermosos. El silencio de las sierras de Rif, la inmensidad de las montañas del Atlas, el dorado de las dunas de Erg Chebbi, el rugir del mar de Sidi Kaouki y los colores de las quebradas de Aït Benhaddou.

marrakech-marruecos-9

Me dejó la fascinación por sus medinas. El azul mediterráneo de Tánger. El celeste de Chefchaouen. El vértigo de Fés. La soledad de Merzouga. La tranquilidad de Ouarzazate. La mística de Essaouira. El caos de Marrakech.

Me dejó sus sabores. Todo bien condimentado con ese gusto tan reconocible y recordable de la comida árabe. Sus shawarmas, sus pescados fritos, su harira, su tajín y su cuscus. Y sobre todo, las mejores aceitunas del mundo.

niña marroquí

Me dejó mucha música. Escuché y bailé Gnwna en Kamlia. Toqué castañuelas y el Guembri, una especie de bajo hecho con un tronco, parche de cuero y cuerdas de tripas de camello.  Cené en la terraza del bar Fátima oyendo Tinariwen, me aturdió el chillido del banjo, de las flautas de los encantadores de serpientes y me reí muchísimo  con el waka-waka.

marruecos-desierto-4

Junto a Said reconociendo la zona.

Junto a Said reconociendo la zona.

Me dejó viajes en camello, cenas con amigos, momentos con familias nómadas, noches estrelladas y el cielo más maravilloso que he visto.

Me dejó su gente, con su generosidad y la costumbre del té como símbolo. El famoso whisky bereber, te será servido cuando llegues a cualquier lugar como manera de hacerte sentir bienvenido. Este ritual es un gesto de hospitalidad, del dar y compartir que son unas de las cualidades más importantes de su cultura. En Marruecos la solidaridad y la hospitalidad se ven en cada esquina.

tanger-marruecos-20

fes-marruecos-4

Me dejó las cientos de miradas y sonrisas de sus niños. Los niños más simpáticos que vi. Desfachatados, curiosos e inocentes. Son pequeños futbolistas, magos, actores, comerciantes, malabaristas. Ellos son los primeros que se te acercarán para hablarte. Me dejaron algunos momentos inolvidables donde no hizo falta compartir el idioma, donde el juego se transforma en una lengua universal.

Me dejó una sociedad donde los niños son los dueños de la calle. La viven, la juegan y la corretean hasta largas horas de la noche. Las ciudades son grandes parques de diversiones para los más pequeños y para quien tenga un niño en el alma y se decida jugar con ellos.

Muchas veces me preguntan si Marruecos es un país peligroso. Creo que ninguna madre, de ninguna nacionalidad pondría a sus hijos en peligro. La libertad de los niños en la calle, habla de sociedad marroquí (o al menos de los lugares que visité), que esta organizada bajo fuertes valores morales de solidaridad y respeto.

tanger-marruecos-14

También me dejó ver una sociedad comunicada más que conectada. Hoy, en la era de la tecnología creemos que la comunicación es la conectividad. Tenemos TV, Internet, chats, SmartPhones y nos olvidamos de lo más importante: El diálogo. Nos vanagloriamos que mandamos satélites al espacio para tener comunicaciones más veloces, pero desde chicos nos inculcan la idea de que “no se debe hablar con extraños”. En Marruecos, en ese país al norte de África, todos hablan con todos. Si uno camina las callejuelas de las medinas va a escuchar a todo el mundo conversando aunque no se conozcan. Se bromean, se piden favores, se prestan, se pelean, pero se hablan.

fes-marruecos-14

Me dejó el acuerdo como un valor y un modo de vida. Una de las costumbres más arraigadas en la cultura marroquí es el regateo. En Marruecos se regatea absolutamente todo y de manera muy fuerte. Es una especie de juego social implícito en todo tipo de intercambio. Sus jugadores están muy bien entrenados: manejan la retórica a la perfección, te adulan, se ofenden y hasta pueden llegar a correrte por la calle una vez que te hayas ido de su negocio (me paso!). El regateo un arte y deporte nacional.

marrakech-marruecos-6

Para muchos de nosotros puede parecernos extraño y hasta molestarnos. Disputar el precio con un vendedor suele incomodarnos y hacernos sentir una especie de violencia o de pudor. Pero detrás del ese velo, podemos pensar que el reateo nos obliga a relacionarnos de igual a igual en una circunstancia donde creemos que nuestra condición de comprador nos exime de cualquier tipo de discusión. Cuando compramos, tener el dinero para pagar nos hace sentir una especie de soberbia. La impunidad de que “el cliente siempre tiene la razón” es producto de una idea de autosuficiencia y superioridad que otorga el hecho de poseer. No hay que discutir cuando tenemos plata para pagar. El dinero genera un poder tan excitante que es el principio en el cual se basa la lógica del mundo en el que vivimos.

fes-marruecos-3

Pero este falso poder, no es más que una farsa. Mientras fantaseamos con la soberanía del dinero, éste último nos pone presos de su poder a través del consumo. En el mundo occidental, el valor de una mercancía es un acto de autoritarismo. No hay discusión porque no se puede discutir. El precio, marca la frontera entre quienes pueden acceder a él y quienes no. La dictadura del mercado decreta que si tienes para pagar lo que te exige estás adentro y sino estás fuera. Así de simple y de tirano.

En el regateo, en cambio, no hay un precio predeterminado. El valor de una mercancía es relativo en cada circunstancia pues surge de un acuerdo entre las partes y de la habilidad que tenga cada uno en el juego. Detrás de la apariencia violenta de la disputa, lo que se encuentra es una finalidad de consenso y de equidad. No se trata de una pelea donde cada parte intenta derrotar al otro, sino donde cada uno trata de ceder en búsqueda un precio justo para ambos. Cuando el vendedor te invita a regatear te dice una frase como: “cuánto vale esto para ti?” o “cual es tu precio justo?”. Lo que sigue y nos aterra es la discusión, la imprevisibilidad de la comunicación y la renuncia a la seguridad que nos da el dinero. Por ello, más que un intercambio de mercancías, el regateo es un fenómeno sociocultural y principalmente un acto comunicacional.

essaouira-marruecos-8

Me dejó el desierto y su silencio. Luego de que en los últimos cinco párrafos te estuve hablando de diálogo, discusión, y comunicación, puede parecerte un tanto contradictorio de mi parte. Es que el silencio es una forma de comunicarse, pero con uno mismo y con el mundo.

Me dejó la evidencia de que durante años, el ruido de la ciudad me impidió apreciar el sonido de la naturaleza y que las luces de los carteles no me dejaron ver los cielos estrellados. Me dejó la enseñanza de que el vértigo de nuestro modo de vida me hizo vivir en ayer pensando en mañana, y olvidándome de que nuestra vida es hoy. Se me olvidó que “la prisa mata”, que es el lema del desierto y desde entonces una ley para mí. Me dejó la capacidad de ver belleza donde aparentemente no hay nada y la posibilidad de aprender que no hace falta tener muchas cosas para ser feliz cuando vemos la riqueza que nos la brinda el mundo allí afuera.

Y por sobre todas las cosas me dejó la certeza absoluta de que no hay metas, sino caminos. Pero los caminos siempre se ven hacia atrás, siempre serán una huella en la arena.

desierto-portada

..