📆 15/6/2018, Bandipur, Nepal.
⚽ Previa al debut Argentina vs. Islandia.

En Kyoto la pasé mal. Me lo sigo reprochando hasta hoy, te lo juro. Toda una semana en una de las ciudades más interesantes del mundo comportándome como un idiota. No me interesó conocer geishas en Gion. A Kiyomizu-dera ni siquiera entré. Los bambús de Arashiyama me parecieron poco significantes. Al menos tuve la sensatez de dejar el Kinkaku-ji para el último día. Como si eso pudiese salvar algo de mi conciencia.

Andaba rumiante, por los jardines floridos, por las callecitas humeantes de yakitori, por entre los mil Toriis de Fushimi Inari. Analizaba proyecciones, posibilidades. Cambiaba fichas de lugar. Hasta llegué a considerar una confabulación, un plan maquiavélico.

Necesitaba entender, pero sobre todo creer, que nunca puede pasar lo imposible. Porque si él no la hacia toda y la picaba por encima del arquero Banguera, la historia sería otra. Créeme.

La vida de un hombre se divide por mundiales. Así de simple. Ni años, ni décadas. Mundiales. ¿Cuándo murió el abuelo? Fue tres meses después de la final del ‘90. ¿Cuándo te recibiste de arquitecto? Un año antes de Sudáfrica, acordate que veíamos las eliminatorias en vez de estudiar para el parcial. ¿Y cuándo se casó Guillermo? Eso fue después del de Francia 98, si todavía ni nos imaginábamos lo que era quedar afuera en primera ronda. Eso que creíamos que podía ser la peor de las tragedias. Pero no. No lo era.

Pensá por un segundo qué pasaría si no tuviésemos mundial. ¿Cómo podríamos fechar los sucesos más importantes de nuestras vidas?

Podríamos perder toda medida de tiempo, o peor aún, quién sabe, el curso natural de la historia. Podría crearse una línea de tiempo paralela y nuestros hijos futuros se verían desvanecer en una foto polaroid como alguna vez le pasó a Marty McFly. Te puede parecer exagerado, pero la verdad, es que no lo sabés, porque nunca te pasó.

Ese día desperté antes que todos, sabiendo que lo que estaba en juego era mucho más que un partido de fútbol. Me fui al comedor del hostel, me hice un café y prendí la computadora. Justo ese día, justo en el país más tecnológicamente perfecto del mundo, justo en Japón, no me podía conectar a internet. Me transpiraban las manos. Prendí, apagué, insulté, desenchufé, volví a prender, pedí por favor y lo logré. Tardé pero lo logré. Mi reloj decía que iban tan sólo dos minutos de juego. “No me perdí de nada”, pensé y sonreí. Mientras intentaba sintonizar algún canal online, recibí un mensaje en el teléfono: “Ya vamos perdiendo 1 a 0”.

Lo que sucedió después no lo recuerdo con exactitud. Sólo retengo ligeros flashes desorganizados en tiempo y espacio. Algunos como el de la cara de sorpresa del dueño del hostel. Un alemán de 30 años, que no podía entender mis reacciones frente a la pantalla. Claro ¿Qué sabe él de fracasos? Si nació dos años después del gol de Burruchaga.

Esa mañana de Kyioto, esa noche de Quito, Messi me hizo respirar profundo sabiendo que el mundo seguirá girando como siempre. Como debe ser. Y me devolvió la posibilidad de la memoria, de recordar que hoy estuve en Bandipur, un pueblito a los pies de los Himalayas.

* * *

📆16/6/2018, Bandipur, Nepal.
⚽ Argentina vs. Islandia.

Este mundial es diferente a cualquier otro. Es el primero que voy a ver viajando y eso tiene un precio que pagar. Es que el fútbol tiene menos que ver con una pelota, que con otras cosas bastantes más importantes para la vida. Este va a ser un mundial sin asados, sin mates ni facturas. Sin saltar del sillón con un tiro en el palo y despeinar al tío. Sin discusiones eternas en el trabajo. Sin gastadas con los amigos ni abrazos con los viejos.

Pero para mí, este va a ser un mundial desde el culo del mundo. Desde Nepal, un país que nunca clasificó, que ni siquiera deben juntar once para armar un equipo. Dónde los nenes juegan al badmintón y lo más cerca de una pelota, son los monjes budistas pateando un ovillo de lana. Eso pensé.

Nunca me imaginé, que los nepalíes, no sólo estarían pendientes de los partidos, sino que la gran mayoría serían fanáticos de Argentina. Que saben los horarios, las formaciones, las últimas noticias, que la 14 es de Mascherano, que el 10 es una especie de superhéroe. La globalización tiene sus desgracias pero a veces, muy pocas veces, se nos hace el guiño que justifica todo.

Media hora antes el pitido inicial, ya estaba sentado en un bar de Bandipur, viendo una transmisión en un idioma indefendible. «Si lo vamos a ver en Asia, que sea asiático» dije y me pedí un massala chai que me lo trajo un chico con la casaca de Messi. Al rato llegaron varios más. Se fue llenando el boliche.

Un mundial en Nepal tiene algunos riesgos que no suponía. Quince minutos antes del comienzo se cortó la luz en todo el pueblo. «Moonson season» me dijo el mini Lío. «Cada vez que llueve se corta la luz en el pueblo, pero en una hora vuelve.» No puede estar pasando esto. La gente se puso a charlar de cualquier cosa y pensé que en Argentina, alguien estaría quemando algo, rompiendo alguna vidriera. A los veinte minutos volvió la energía, el reloj marcaba que me había perdido los primeros cinco minutos de juego y ese momento del himno en que se te pone la piel de pollo y volvés a creer que todo es posible.

En medio de la tensión del partido, los nepalíes gritaban cada vez que la agarraba Messi. Hasta el penal, luego callaron para siempre. Solo se escuchaba a una francesa que no paraba de hablarme con datos tan innecesarios como que uno de cada 13.000 islandeses juega en la selección.

Del partido, no soy comentarista y como te dije, el fútbol no tiene que ver con la pelota.

Aquella mañana desesperada de Kyoto, me dejó una promesa: no putear más a Di María.

Por ahora, misión cumplida.

* * *

📆 21/6/2018, Katmandú, Nepal.
⚽ Argentina vs. Croacia.

Un mal presentimiento es como una basurita en el ojo. Te persigue, te irrita hasta que te la puedas quitar. Yo tenía uno de esos. Claro, podía estar lógicamente fundado en el nivel futbolístico que mostramos ante Islandia, pero no. Lo tenía desde que Messi se paró desde los doce pasos. En ese momento la cámara lo enfocó en primer plano y no me preguntes por qué, una nube negra con olor a caca se adueñó de mi espíritu. Supe que erraba y erró.

Desde ese instante, la nube me fue acompañando, preocupando, molestando hasta que llegué a Katmandú.

Si bien en Bandipur había notado en fanatismo por Argentina, la capital nepali me dejó boquiabierto. Katmandú podría ser un barrio de La Matanza. Un poco por el polvo y las calles destrozadas por el terremoto del 2015. Y también por la fiebre de argentinidad que se vive previo al partido con Croacia. Y yo, que andaba negativo, salí a dar una vuelta y hablar con la gente para contagiarme el espíritu. Uno de cada diez nepalíes tenía puesta la camiseta, había banderas colgando de las ventanas, arengas y puños apretados de vereda a vereda. El resultado: arriba de tres goles por consenso popular. Eso me dio tranquilidad por un rato, hasta la noche.

Fuimos a verlo con otros compatriotas, a un bar del barrio de Thamel, sólo porque nos prometieron que si ganamos, nos regalaban un trago a cada uno. Ese nivel de confianza tenía. Pero pasó lo peor. Mientras sonaba el himno se nos acercó un viejo inglés, que había vivido en Buenos Aires. Nos contó que se había enamorado de una argentina, que vivió con ella muchos años, pero que la guerra de Malvinas los fue distanciando y llevando a un punto final. Al final de la charla nos deseó mucha suerte.

Al principio no le di importancia, pero volví a sentir la basurita en el ojo. Luego vi la línea de tres frágil, los volantes que no volvían. Lo vi a Lio parado y el gol increíblemente errado de Enzo Pérez. Pero nunca, ni en mis peores pesadillas hubiese pensado que ese inglés nos iba a mufar con semejante mala leche.

Llegó el primero. Pensé en Caballero, que juega en Inglaterra, que lo apodan Willy y en el inglés, como un ekeko maldito y supe que ya no había remedio. Que el gualicho estaba hecho. Y así fue. Porque por más que le busques explicaciones, lo qué pasó, fue de brujería.

Me costó escribir estos días, porque no encontraba el antídoto, pero los goles de Nigeria, del negrito Muse me devolvió la esperanza. Otra vez sucedió lo inesperado, pero esta vez a favor. Quizás en Nepal hubo una maldición pero en otro lugar del mundo pasó un milagro y equilibró. Vaya uno a saber.

Ahora hay una bala más en la recámara.

Una más para romper el hechizo.

* * *

📆 26/6/2018, Katmandú, Nepal.
⚽ Argentina vs. Nigeria.

Cuando terminó el partido contra Croacia, el dueño del bar me preguntó si estaba triste. Era una obviedad. «No seas tonto«, dijo. «Nosotros llevamos casi 100 años intentando jugar un mundial y nunca lo logramos.» Quería decirle que la felicidad es relativa, pero le sonreí y me fui. Aunque algo de todo eso me quedó dando vueltas: Intentar.

Luego de la ayuda de Nigeria contra Islandia, esa palabra fue cobrando cada vez más sentido.

En la mañana anterior al partido, Katmandú ya era otra. Ya no había la euforia de argentinidad de los primeros días. No había banderas, ni camisetas albicelestes. Los nepalíes suelen ser un poco exitistas.

-Vas a tener que rezar mucho hoy, me dijo un vendedor de pashminas.

-Estoy en eso, no te preocupes, le respondí.

-Empezá desde ahora, porque sino a las diez no llegás. Ni le contesté, aunque sabía que tenía razón.

Caminé unas cuadras más y me encontré con un negocio de ropa. En la vidriera había una remera que decía «Dream Big» y tenia un dibujo de un jugador nepalí levantando la copa del mundo. Me causó gracia y recordé al dueño del bar.

Intentar. Quizás lo mejor de los sueños no es cumplirlos, sino intentarlos.

Esta vez no fui a verlo a ningún bar. Me quedé solo, en la medianoche, frente a la tele de la habitación del hotel. Necesitaba estar aislado, en mi propia burbuja, sin comentarios ni urras de gente que no entiende de lo que se trata esto. Necesitaba no estar en Nepal.

Algo me sucedió con el transcurrir de los primeros minutos. Las dos líneas de cuatro, los laterales, lo vi a Mascherano de cinco, a Higuaín de nueve, a Messi suelto. «Somos nosotros», pensé. Y fue como si me volviese a encontrar con mis amigos después de mucho tiempo. A reirme de las mismas boludeces y contar las mismas anécdotas de siempre. Tuve esa sensación a miles y miles de kilómetros de mi casa y se sintió bien.

Intentar debe tener que ver con la identidad, porque estuvimos a punto de no lograrlo, pero en el fondo, ya no me importaba. Tan sólo quería ver a mi equipo jugando así, cómo jugamos en Argentina, como jugamos toda la vida. Cómo jugamos cada uno de nosotros en la placita desde que somos pibes. Con el Oso, con el Bolsa, con el Santos…

Entonces entendí que uno no puede ir por un sueño de cualquier manera, uno tiene que intentarlo sin dejar de ser uno mismo.

Y de tanto intentarlo se hizo realidad.

Sino preguntale a Rojo.

* * *

📆 27/6/2018, Nuwakot, Nepal.
⚽ Alemania vs. Corea del Sur

En Argentina, la justicia siempre llega tarde, dicen. Expedientes encajonados, fiscales sobrepasados, jueces que no dictan sentencias.

Claro, los alemanes no saben nada de esto. Ellos, tan organizados, tan eficientes.

Nos ganaron la final del Italia ’90 por 1 a 0, con un penal inventado por Codesal. El Diego lloró. Al mundial siguiente, los eliminó Bulgaria.

Catorce años después, nos sacaron la final de Brasil 2014 por 1 a 0, sin que nos dieran un penal a Higuaín, grande como el muro de Berlín. Las lágrimas de Lío recorrieron el mundo. Al mundial siguiente los eliminó Corea del Sur en primera ronda.

La justicia llega tarde, pero llega. Sigan jodiendo nomás…

* * *

📆 30/6/2018, Katmandú, Nepal.
⚽ Argentina vs. Francia

Las ilusiones, generalmente están fundadas en principios falsos. Tal como cuando un mago saca el conejo de la galera, en el fondo, sabemos que no es posible, pero mientras seamos niños y la magia haga lo suyo, es una verdad maravillosa que nos hace felices y no nos interesa refutar. A veces la magia funciona. A veces no.

El 80% de los nepalíes son hinduístas, saben lo que es vivir de ilusiones. Tienen dioses azules, musculosos, con poderes sobrenaturales. Otros con cabeza de elefante, cola rata y cuatro brazos que tienen aventuras insólitas en lugares inimaginables. El hindú no se pregunta si el cuento es cierto o falso, simplemente, como un truco de magia, lo cree, lo vive y lo disfruta tal cual es.

El 80% de los nepalíes son además, fanáticos de Argentina. Ayer me fui a ver el partido con ellos, a vivirlo como ellos.

Como buenos niños, se pintan la bandera en la cara, van con la camiseta, gorro, bandera, vincha y una mochila de ilusiones de ver un festival de goles de Messi. cuatro, cinco o seis, aseguraban. Tienen una conciencia ingenua, casi infantil de lo que es el fútbol. Incluso cuando íbamos perdiendo, cuando jugábamos horrible, confiaban ciegamente en que ya vendrían los goles del diez. Cada vez que tocaba la pelota, así estuviese en la mitad de la cancha y rodeado de tres rivales, se producía un griterío histérico, como si el gol fuese inminente. Dudé en volverme al hotel, pero me prometí verlo como ellos. Me pinte la bandera, me puse la camiseta y me decidí a creer.

La historia empezó cuesta arriba, pero cuando ya me empezaba a frustrar, vino el empate y todos estallamos de alegría. En el entretiempo les conté que estaba preocupado por como veía al equipo, pero me dijeron que no me preocupue, que vendrían dos o tres goles más. De Messi, obviamente. Debía creer. Cuando llegó el gol de Mercado yo ya estaba casi convertido al hinduísmo.

A decir verdad, en el fútbol, los argentinos somos un poco hindúes. Nuestros dioses no son Shiva, ni Ganesha, pero son Kempes, Maradona y Messi. Al igual que ellos, son increíblemente poderosos, se embarcan en hazañas y brindan batallas que gracias a su divinidad nos llevan a la gloria.

Por unos minutos creí que la magia era posible, porque qué sentido tiene ir al templo sin fe, ir a la magia sin ilusión. Pero de repente, apareció un francés aguafiestas que nos desnudó el truco, que nos topó con la realidad y nos enfrentó con la contracara: la des-ilusión.

Ante la desilusión, el hindú llora, se arranca los pelos, se desgarra. Se rompe el corazón en mil pedazos y al rato, como todo niño hindú se frotará el chichón con la mano, sonreirá y se irá a jugar a otra cosa. A nosotros eso no nos alcanza. La desilusión se nos convierte en frustración. Entonces, necesitamos explicaciones, culpables, extensos análisis racionales sobre las distintas posibilidades de los que fue, lo que pudo haber sido y lo que será. En el fondo, como todo niño occidental, necesitamos a nuestra mamá que nos explique y diga que todo va a estar bien.

El mundial se nos terminó y así quedamos los unos y los otros. Tan iguales y tan distintos, como nenes a los que el sueño les quedó demasiado grande.

MÁS INFO

Este diario fue parte de una serie que fui publicando en mi cuenta de Instagram como #diariodeunmundialenasia. Si te gustó, querés seguir leyendo este tipo de cosas, seguime en instagram.com/irandando.

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