Itinerario y diario de viaje al Annapurna Base Camp (ABC)

Este diario fue escrito durante los once días que duró nuestra aventura hasta el Campo Base del Annapurna, una de las montañas más altas del mundo, en medio de los Himalayas en Nepal. Cada día detalla nuestra experiencia y fue transcrito directamente de mi libreta de viajes. Día a día, nuestras dificultades, emociones, avatares e historias que fuimos recogiendo en el camino.

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Día 1: Pokhara – Hundu (5 horas)

Amaneció lloviendo pero finalmente llegamos a Nayapul luego de 2 horas en un bus destartalado desde Baglung en Pokhara. Desde allí empezamos a caminar hacia Ghandruk entre medio de pueblitos con casas de piedra y cultivos de maizales en terrazas. Todo es demasiado parecido a Perú o Bolivia y empiezo a creer que Colón no fue el primero que llegó a América.

Desde el primer paso, se nos unieron dos perros que nos acompañaron hasta el final del día durante 5 horas. Pasamos un montón de aventuras juntos, nos peleamos con otros perros, compartimos agua y comida. El final del camino se hizo durísimo porque básicamente hay que subir toda una montaña en gradas de piedra. Cientos y cientos de escalones. No llegamos. Se nos hizo la noche y por suerte un señor nos ofreció alquilamos una pieza de su casa en el pueblito de Hundu. Por la tarde se despejó el cielo y pudimos ver el Annapurna por primera vez. Comimos y a dormir.

Día 2: Hundu – Ghandruk (1 hora)

Nos despertamos dentro de una nube. No se veía nada. Llovió toda la mañana y recién a las 10 am pudimos salir a caminar. Los perros se quedaron toda la noche y por la mañana volvieron a su territorio. Luego del desayuno, pasamos la lluvia jugando con los niños del pueblo, que iban a la escuela de enfrente. El camino a Ghandruk fue durísimo. Otra vez las escaleras por más de una hora. Pero eso fue todo por el día. Llegamos y nos encontramos que había un festival. Música, danza, deportes y comida. Obviamente decidimos quedarnos y no avanzar. Al fin y al cabo somos viajeros, no deportistas. Por la tarde se despejó y Ghandruk nos mostró toda la cima del Annapurna nevada. La joda siguió hasta la medianoche, con la música a todo volumen y nosotros intentando dormir. Mañana se viene un día largo.

Día 3: Ghandruk – Chhomrong (5:30 horas)

Despertamos bien temprano y nos fuimos de Ghandruk con la lluvia amenazante. Así fue todo el camino, las nubes negras persiguiéndonos y las montañas totalmente tapadas. Imagino lo que debe ser caminar de frente al Annapurna. Mucho más motivante, sin dudas.

Fue un día difícil. Muchas subidas y bajadas, cruzar ríos y las malditas escaleras nuevamente. Además fui víctima de sanguijuelas. El premio fue hacer una parada en Jhinu Danda y relajarnos un rato en sus aguas termales.

El último tramo a Chhomrong se hizo demasiado duro. Una escalera infinita desde el río (o sea, lo más abajo) hasta la cima (lo más arriba).

Paramos a hacer un descanso y ahí llegaron ellos. Til Bhadur y Dipash Sunar trabajan como porteadores. Uno llevaba dos cajones de tomates, el otro, botellas de agua. Cada uno camina 10 horas, cargando 60 kilos en la montaña, por menos de 12 dólares. Tan duro es el trabajo que luego deben descansar tres días hasta el próximo viaje.

Entonces dejé de quejarme las escaleras, las sanguijuelas, y el cansancio. Retomamos el camino y llegamos a Chhomrong.

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Día 4: Chhomrong – Himalaya (6:30 horas)

Chhomrong amaneció mostrándonos el Annapurna a lo lejos, como nuestra zanahoria. Allá vamos! Tarde o temprano vamos a morderla.

El pueblo está en la cima de una montaña así que tocó bajar una eterna escalera hacia el río. Más de 2.100 escalones que me dejaron pensando en el camino de vuelta. Mientras tanto nos cruzamos con una maratón. Habían salido 4 horas antes desde el campo base y recorrido lo que nosotros planeamos en 4 días. El ganador recibirá en manos del primer ministro de Nepal la suma de 10.000 dólares. Cada cual tiene su zanahoria.

Luego de llegar al río, como era de esperarse, tocó una extenuante subida hacia Bamboo por un bosque de imaginen que planta! Uno de los trayectos más hermosos del trek.

Llegamos a Dovan, nuestra meta del día, rápido y en buen estado. El cuerpo empieza a adaptarse. Decidimos avanzar una parada más hasta el pueblito de Himalaya. Su nombre motivaba más que su comodidad. Llegamos a las 5 de la tarde después de 9 horas de caminata. Demasiado.

Por la noche sentí los efectos del esfuerzo y la insolación. Cené una sopa de ajo y me fui a dormir muy temprano.

Día 5: Himalaya – MBC (4:30 horas)

Desde que uno deja Chhomrong, pierde de vista las montañas, ya que le está dando la espalda. Ese era uno de los motivos para llegar a Machhapuchhre Base Camp. Ganar una chance de ver el Machhapuchhre bien de cerca. El otro, dormir una noche a 3700 msnm antes de lanzarnos a los 4.100 de Annapurna Base Camp.

Desde Deurali, el paisaje cambia radicalmente. El bosque tropical se convierte en páramo y sorpresivamente empiezan a aparecer un montón de aves de todos los colores que se esconden detrás de los arbustos. Ellas, serán la banda sonora del día.

El camino, bastante más relajado, sube en una ligera pero constante pendiente a través de un cañón del cual baja un río de deshielo del glaciar. La dificultad la pone la altura y el frío. Está muy nublado pero a nuestros costados caen más de 10 cascadas directamente desde las cimas. Ellas forman arroyos que cruzan el camino y que hay que atravesar saltando entre las piedras. Subimos muchísimo, tanto que cuando llegamos a MBC estábamos literalmente dentro de una nube que no nos dejaba ver ni siquiera entre nosotros.

Luego, la nube se esfumó y ahí apareció por primera vez: el Machhapuchhre de 6.993 metros de altura, más alto que el Aconcagua.

El pico del Machhapuchhre

Camino a Deurali.

Día 6: MBC – ABC (2:15 horas)

Vito me sacó de la cama a las apuradas. Me abrigué lo más que pude y salí al duro clima de la intemperie con cara de dormido. Ahí estaba, casi todo el cielo despejado. A mi izquierda, había que desnucarse para llegar a ver la cima del Machhapuchhre que dejaba pasar unos rayos de sol, formando estelas de luz por entre sus grietas. A mi derecha, a lo lejos, el Annapurna brillante, reflejando el sol en sus glaciares. Me agradecí por haber hecho el esfuerzo de llegar a MBC. Si hubiéramos dormido en Deurali, nos lo perdíamos. Duró aproximadamente una hora, hasta que llegaron las nubes. Aguafiestas.

Era hora de salir a ABC en busca de premio final. El trayecto es corto y sencillo, pero cuesta muchísimo. Aquí la dificultad radica en la altura. Se siente agitación y falta de oxígeno, y aunque uno no quiera, el cuerpo va con freno de mano. Se camina muy lento. Hay aves revoloteando, glaciares derritiéndose y flores de colores que decoran todo el sendero. Hay plantas extrañas y bichos que nunca había visto. A las dos horas vimos el cartel que decía «Namasté, Annapurna Base Camp». Me sentí orgulloso de ver hasta dónde habíamos llegado, sobre todo porque tuve que hacer muchos esfuerzos, más allá de la subida para llegar a aquí. Pero eso es otra historia.

Tomamos un té caliente y salí a dar una vuelta. Más allá del campo base había una piedra escrita en rojo: «Start». Es que el fin de unos, es simplemente el comienzo de otros. Hay pagodas, banderas de oraciones y monolitos que recuerdan a muchos que dejaron la vida en esas montañas. Pero del Annapurna, ni noticias. Todo estaba nublado. Por la tarde me senté en una roca a escuchar las avalanchas. Una, dos, cinco. Como un trueno, cada diez minutos. Me raro ver un reflejo azul sobre la línea divisoria que formaba la nube y la montaña. Pero no le dí importancia. El reflejo se hizo cada vez más intenso, hasta que las nubes se desgarraron y empezaron a mostrar la nieve. A los pocos minutos, aunque ya se estaba poniendo oscuro me encontré sentado frente a una de las montañas más altas del mundo. Ojalá mañana el cielo me de una buena recompensa.

Día 7: ABC – Bamboo (7:30 horas)

Me levanté como un nene el día de los reyes magos. Miré por la ventana del refugio y nada. Blanco. Todo estaba tapado de una espesa capa de nubes que parecía no tener fin. Me sentí frustrado. Además de la ilusión de ver el Annapurna, quería bajar lo antes posible. No me causaba gracia estar a 4.100 msnm.

Nos encontramos con más caras largas en el salón común. La gente desayunaba y bajaba, uno tras otro, para no perder más tiempo inutilmente. El refugio se fue vaciando hasta que sólo éramos unas 10 personas. Nos dimos cuenta todos nos queríamos quedar y nos fuimos convenciendo. Pensamos en ir a negociar con el dueño, un mejor precio para la próxima noche. De todos modos, la idea de quedarme no me gustaba, pero no había llegado hasta ahí para irme así, sin nada. Había que tomar riesgos.

Ya habían pasado como tres horas, mientras debatíamos los pro y los contra, cuando desde la ventana pude ver el mismo reflejo azul que había visto la tarde anterior. No dije nada. Pasaron unos minutos y se puso más intenso. Miré al Machhapuchhre y que mostraba un pedacito de roca. No sé por qué pero en ese momento sentí una profunda seguridad de que era irreversible. Cómo un efecto dominó. «Chicos, no reserven nada que nos vamos.» Todos me miraron. Señalé la ventana. «Está sucediendo!» Aún nublado y desafiando a los efectos de la altura, salí corriendo a buscar la cámara. Cuando salí de la habitación el truco de magia estaba corriendo. Teníamos los 8.091 metros del Annapurna completamente despejados. La nieble blanca, inmaculada. Podía ver cada mínimo detalle. Los glaciares derritiéndose. Sus grietas, sus cimas, cada uno de sus bordes. Las aves planeando las corrientes cálidas sobre un cielo perfectamente celeste. Apareció el Annapurna II, el Machhapuchhre, el Himachal. Todos.

Miré a Vito. Sonreía. Nos hicimos mil fotos hasta con gente que ni habíamos hablado. Eso pasa cuando vivís un momento de felicidad real. Somos familia.

Duró dos horas. Luego, desde el Machhapuchhre subieron las nubes formando un colchón esponjoso que al cabo de unos minutos cerró el telón. El show había terminado.

Empacamos nuestras cosas y a bajar!

Día 8: Bamboo – Chhomrong (4:30 horas)

Desperté en Bamboo, completamente destruído. Me dolía todo. Sentía pinchazos en los gemelos cada vez que intentaba dar un paso. La bajada desde el ABC me estaba pasando factura. Nos excedimos. Bajar me fue más duro que subir. Primero por el rebote, que daña la cintura y las rodillas. Segundo por la concentración que hay que tener de no pisar una piedra floja y derrumbarse. Descendimos casi mil metros. Del páramo a la selva. Y en la última etapa nos agarró una fuerte lluvia que nos empapó. Mucha humedad. La ropa había pasado toda la noche colgada a la intemperie y seguía mojada.

Desayunamos algo mientras esperábamos que el sol seque un poco las zapatillas. Así salimos al camino: tarde, mojados y gastados. Llegamos a Chhomrong en el doble de tiempo de lo previsto. Un poco por el cansancio, otro por el dolor cada vez que tenía que subir un peldaño y otro porque en el camino encontramos varias distracciones. Algunos viajeros que subían pero sobre todo, la vida rural de la zona. Burros transportando mercancías, arrieros con su cabras, búfalos, bichos, leñadores, señoras cosechando arroz. Todo fue excusa para parar unos minutos. Volvimos al mismo punto que dejamos unos cuatro días atrás. Esta vez con algunas cicatrices, en el alma y en las piernas.

Día 9: Chhomrong – Landruk (6 horas)

El dolor persistía pero había mejorado bastante. Aún sentía un pinchazo en el gemelo cada vez que intentaba bajar un escalón. Habría que multiplicarlo por los 2.327 que tuvimos que bajar hasta Jinhu. Así trascurrió toda la mañana.

Luego de una leve bajada hasta New Bridge, hay que cruzar un puente colgante para tomar el camino a Landruk a través de la selva. Como ya era costumbre, a la tarde se largó a llover. Esta vez pudimos refugiarnos en una casita que encontramos.

El problema fue el camino, que luego de la lluvia se convirtió en un lodazal. Me di cuenta que no era muy transitado por turistas por lo angosto y solitario. Casi no había señalas. A la tupida vegetación, hubo que sumarle un ataque masivo de sanguijuelas, algún que otro búfalo cerrando el paso y piedras resbaladizas. Vito se cayó. Yo no paraba de sudar por la humedad, que se había vuelto insoportable. El trayecto fue una tortura.

Luego de una gran subida llegamos a Landruk, un pueblo auténticamente Gurung, y en esta época del año sin ningún turista. Casas y calles de piedra. Gente trabajando la tierra y una vista increíble del Annapurna.

Día 10: Landruk – Pothana (5 horas)

Salimos a caminar sabiendo que sería de lo más relajado. Se acerca el final y ya vamos por una carretera de ripio. Hicimos pocos kilómetros cuando nos encontramos con una mujer que nos interpeló diciendo que su hermana estaba herida y tenía que llevarla al hospital. Vito le dijo que es médica pero ella quería plata. Dudé pero se largó en llanto. Le dimos 100 rupias y ahí saltó la verdad. Nos tuvo que dar la espalda para disimular la risa. Karma, la máxima ley viajera. Todo, absolutamente todo, a la larga se equilibra.

Seguimos por un sendero menor que indicaba un atajo. Grave error. Caímos nuevamente en otra trampa. Esta vez de enjambre de sanguijuelas nos subían por las piernas. Eran 20, 30, tantas que desesperaban. A las corridas pudimos deshacernos de ellas.

Más adelante llegamos a otra bifurcación del camino. Un cartel indicaba otro atajo. «Boludo dos veces, no!» pensé. Seguimos por la carretera. Fue larguísimo. Además salimos de la ruta del trekking y ya no había ni siquiera un lugar para almorzar. Era pasado el mediodía, caminábamos desde la mañana temprano, teníamos hambre y tan sólo una barra de cereal en la mochila.

En ese momento escuchamos el primer trueno. A los pocos minutos el cielo se puso totalmente negro y los rayos amenazaban del otro lado de la montaña. ¿Qué más nos puede pasar? Pensé.

A lo lejos, luego de una curva, vimos una casita. Nos apuramos a refugiarnos antes de que nos alcance la tormenta. Pedimos permiso y ahí la conocimos a Bindhu. Entre señas, nos invitó a pasar. Se metió adentro del rancho y al rato salió con dos tazas de té. Le agradecimos. Fue a la huerta, le dio de comer a las cabras y volvió a meterse. Al rato salió con una bandeja de papas hervidas. Nos sentamos los 3 en el suelo a almorzar. De repente estábamos compartiendo un rato con ella. Por simplemente desviarnos de la ruta, estábamos en un Nepal rural, remoto y auténtico. Estábamos donde queríamos estar. Recordé lo del Karma.

La tormenta había pasado y el atardecer coloreaba los Himalayas. Llegamos a Pothana caminando el doble pero con una historia para contar.

Día 11: Pothana – Lwang (4 horas)

Si bien estábamos en la puerta de salida, no nos queríamos ir de la montaña. Mirábamos posibles nuevas rutas en los mapas del puesto de control, pero todas parecían demasiado exigentes y nuestros cuerpos ya estaban muy cansados. Además, ya no teníamos más provisiones.

En uno de los mapas, vi un pequeño desvío que llevaba a un lugar que decía «Lwang Tea Factory». Cuando lo nombré, el oficial que estaba a cargo se emocionó con la idea. Él mismo, vivió allí 3 años atrás. Nos dijo que serían dos horas de caminata, todo descenso, que podríamos visitar la fábrica y que bajando una hora más encontraríamos un bus a Pokhara.

Perfecto. Una bala más en la recamara.

Emprendimos el viaje, que sería por una ruta cero turística, pasando por caseríos y pueblitos rurales. Vimos gente trabajando con ganado, búfalos, cabras. Otros cosechando en maizales y arrozales, sembrados en terrazas, tal como lo hacían los Incas, hace 500 años y al otro lado del planeta.

A cada paso me iba enamorando del paisaje y de la gente. Cada vez más simpática, más solidaria, más hospitalaria. Finalmente llegamos a Lwang, un pueblito que me hizo recordar a esos poblados perdidos en la puna boliviana, con sus casas y pasajes hechos de piedra. Tan poco turístico es el pueblo que casi no conseguimos almorzar. De casualidad, una señora nos cocinó una sopa con los productos que sacó de su huerta.

Luego fuimos a visitar la fábrica de té que abrieron exclusivamente para nosotros. Nos quedamos charlando con el sereno un rato, y nos convenció que podríamos llegar a tomar el último bus a Pokhara. Estábamos agotados. A Vito le dolían las rodillas y a mí la espalda. Decidimos tomar el atajo por un camino de escaleras a través de la selva.

Diez minutos antes de llegar nos sorprendió una lluvia torrencial. Nos subimos al bus empapados, dejando atrás a los Himalayas que ya se habían escondido detrás de las nubes.

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