El interior de Corea del Sur es fundamentalmente una zona montañosa, de valles y serranías ligeramente altas. Es por ello, quizás, que el trekking es uno de los grandes pasatiempos nacionales. Sobre todo (y no se por qué) para las personas de la tercera edad. Sí, mientras los jóvenes están inmersos en los videojuegos y el Kpop, los viejos se pasan los días en largas caminatas por los parques nacionales, vestidos de la última tendencia en ropa outdoors fluorecente. Ah, se me pasó algo. Corea está repleto de Parques Nacionales y Provinciales, todos ellos, muy bien cuidados y preparados para hacer turismo.

Después de pasar unos días en Jeonju fuimos hasta Gwangju por un único motivo. Todo el mundo nos había dicho que el Parque Nacional Mudeungsan es uno de los mejores sitios de trekking de todo Corea. Ya verán, que no se equivocaban.

Llegamos hasta la entrada al parque, felices y contentos para un buen día de trekking. Es bastante fácil encontrar la entrada a los parques nacionales. Están justo detrás de todos los negocios de ropa y equipamiento outdoors y para llegar a ellos, sólo hay que seguir a los jubilados multicolor.

El día se presentaba nublado. Los carteles, todos en Hangul. De repente ¡bingo! Encontramos el Centro de Información Turística. Entramos.

Situación: Nadie.

En el medio del recinto, un enorme mapa del parque que parecía tener miles de senderos que bifurcaban para todos lados.

Obviamente todo en Hangul.

Llegan dos expertos guardaparques y nos dan un folleto con el mismo mapa.

Obviamente todo en Hangul.

Entonces empiezan a explicarnos una posible ruta que señalan en el mapa con puntero telescópico que parecía a una antena de radio vieja.

Obviamente todo en Hangul.

– Two Hours.- Dice.

La ruta que me señala me parece muy corta y poco interesante. Entonces le marco con el dedo la ruta que yo quiero hacer.

Obviamente, en inglés.

– No no no– y ambos cruzan los dedos (en corea cruzar los dedos haciendo como una «X» es señala de que NO o de que está cerrado). Me vuelve a marcar la ruta que ellos querían que haga.

Trato de explicarle que quiero hacer algo más largo, y le marco la ruta que él me marcó, pero le agrego un tramo más.

Dedos cruzados nuevamente.

Así estuvimos alrededor de veinte minutos. Que sí, que no. Hasta que uno de ellos fue a buscar refuerzos.

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Llegaron cinco guías más. Solo una chica hablaba algo de inglés. Nos explicó que el guía decía que por las lluvias, los senderos que yo le marcaba estaban muy embarrados y peligrosos. Entonces ella le contó que yo quería hacer algo más interesante y él rápidamente nos armó un circuito que seguimos al pie de la letra y fue muy bueno.

Todos aplaudimos y arrancamos la caminata.

Recomendación: aunque sea incómodo y complicado, pregunten cuál es el mejor circuito a los guías. Por dos motivos: primero, por seguridad, el parque es muy grande y según los climas y las zonas puede volverse peligroso. Segundo, para tener una buena experiencia. Conozco viajeros que no preguntaron y siguieron el camino principal y no fue gran cosa.

El trekking es realmente genial, muy en subida y a través de un bosque húmedo, repleto de verde y musgo. En toda la primer parte del recorrido, se sigue un camino de piedra que le da un toque especial.

Se pasa por puertas coreanas, santuarios, cementerios. También por cascadas, árboles centenarios y arces con algunas hojas que ya empiezan a enrojecerse. Ah! Y algunos templos budistas que te dejan boquiabierto. Por último (o mejor dicho, por medio) se llega a un mirador donde se puede apreciar toda la ciudad de Gwangju desde las alturas. Allí lo conocimos.

Se le cayó una botella de agua y yo me acerque a alcanzárcela. Agradecido nos regaló unas gelatinas hidratantes (muy técnicas por cierto) y unas salchichas típicas coreanas.

– I am The Tiger of Mudeungsan- dijo, agradecido y se despidió. Un jubilado, vestido de todos colores, que había escalado los picos más altos de Asia por más de cuarenta años.

Seguimos hasta nuestra meta. La cima.

En el camino nos encontramos con dos escaladores coreanos descansando a la sombra de un árbol. Nos llamaron para que paremos con ellos. Nos convidaron con un melón coreano (todo es diferente) y noté que nos impedían seguir viaje.

Cada vez que atinaba a despedirme, me decían que me quede un rato más. Que me siente. Obviamente con gestos.

Ya empezaba a fastidiarme. Quería seguir camino.

Pasó una chica y el coreano la llamó para que haga de traductora. Nos explicó que según vió en su teléfono, se avecinaba una tormeta e iba a llover a las 15:47. Faltaba media hora.

Le dije que no se preocupe. No parecía que iba a llover en media hora.

Me pidió que me apure.

Seguimos subiendo.

Se siguió nublando.

Seguimos subiendo.

Se levantó viento.

Seguimos subiendo.

Cada vez más fuerte.

Llegamos a la cima.

Lluvia.

Eran exactamente las 15:47.

Arriba el viento soplaba muy intensamente y empezaba a hacer frío. Estábamos cansados y todavía faltaba bajar. Pero viendo ese paisaje, todo el esfuerzo había valido la pena. Estábamos en uno de los picos de Corea: 915 msnm.

Apreciamos por un rato el paisaje y huimos antes de que la tormenta sea mayor. Ya había aprendido la lección: hay que confiar en los coreanos.

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