Acampando en el desierto

Los cielos son mucho más lindos en el desierto, no hay dudas. Aún más a la noche, cuando salen todas las estrellas, las mismas que suelen pasar desapercibidas en lugares más habitados, relegadas por las luces de la ciudad.  Por eso decidimos quedarnos a acampar en el Parque Nacional Talampaya. Luego de la excursión por el cañón, armamos nuestra tienda en el sector de camping, (uno de los mejores que he visitado) justo cuando comenzaba el atardecer.

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Junto con el sol también se iban yendo los turistas, seguramente a Pagancillo o Villa Unión, los dos más pueblos cercanos. Quedamos solos. Miento, también se quedó un guardaparques de guardia. Para ese entonces, ya teníamos tiempo de recorrer los alrededores y detenernos en los detalles. Para sentarnos en una duna a escuchar el sonido del viento y sentir como el calor se va convirtiendo lentamente en frío.

El día es bien largo en verano, y en la planicie total, el sol aguanta hasta el último segundo para esconderse. Pero cuando se mete detrás del horizonte, la noche cae como un telón haciendo su degradé de tonalidades rojizas, violáceas, hasta derretirse en un azul profundo y el cielo se enciende como una marquesina, o una de esas postales de Tokio o Nueva York. Todas los astros disponibles en la galaxia son tuyos. Todos. Incluidas las estrellas fugaces.

En la noche, cuando se van los visitantes, aparecen los verdaderos habitantes. Zorros, maras, aves, arañas, serpientes. Los puedo escuchar afuera de la carpa. Están ahí. Sólo el zorro se acerca tímidamente atraído por el aroma a comida, pero en cuanto hago un mínimo movimiento, cambia de opinión. Dicen que hay muchos pumas, pero que rara vez atacan al hombre, es más, aseguran que huyen espantados (los pumas) por su peligrosidad (la de los hombres).

Nos despertó el sonido de los motores de los primeros autos y las minivans que traen a los turistas desde la capital. Desarmamos la carpa, nos alistamos y desayunamos rápido porque nos esperaba otro de los motivos por el cuál nos habíamos quedado: el trekking por la Quebrada de Don Eduardo.

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El trekking por la Quebrada de Don Eduardo

Nuestro guía, Jorge, nos dio la bienvenida en la camioneta que nos transportó, desandando el camino del día anterior hasta la entrada del gran cañón. Allí bajamos y empezamos a caminar por el cause del Río Seco. Jorge nos cuenta que todas las piedras que vemos a nuestro alrededor datan del período triásico, de más de 250.000.000 de años. Que por aquí, en otros tiempos, corrían dinosaurios de todo tipo. Además, nos cuenta sobre los aborígenes que vivieron allí, que eran cazadores-recolectores y que tenían un gran conocimiento sobre las propiedades nutritivas y medicinales de cada una de las plantas. Nos cuenta también, que el árbol de Brea (más bien es un arbusto) se utiliza para cosas tan inimaginables como la pintura de los barcos o pegamentos escolares y que ese algarrobo blanco que se nos topa en el camino, puede tener más de 500 años.

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«Siempre digo que no hay sensación más linda que caminar en la arcilla. Probá, vas a ver…», me dice. En un suelo castigado por la aridez, una fina capa de arcilla se entrecorta y se despega del piso formando figuras geométricas esparcidas como hojas en otoño. Y es cierto, pisarlas y sentir el crujido en la planta de los pies se siente como un masaje bien placentero.

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La caminata, ahora nos lleva hacia una cuesta. La subimos. «Mirá, ¿no parece una tortuga?» me dice Jorge mientras señala una roca. «Acá hay que abrir los ojos y usar la imaginación. Desde aquellos tiempos, los antiguos, buscaban figuras en las piedras para ubicarse. Ahora las llamamos geoformas. ¿Por ahí descubrís alguna nueva?». Yo no veo una tortuga. A lo sumo veo una pelota, pero cada uno imagina lo que puede o lo que quiere.

Llegamos a la cima. «¿Y ahora que ves?». «Marte», respondo sin mirarlo, pues no quería sacar la vista de lo que tenia enfrente. Adelante se nos abría un precipicio con un pequeño valle, como si fuese una olla en medio del cañón. Tengo la teoría de que el sueño implícito y fin último de todo viajero es conocer otro planeta. Yo no soy la excepción y no creo que la NASA me de la posibilidad de hacerlo algún día, pero con Talampaya puedo darme por hecho. «Acá veníamos a jugar con mis amigos, cuando éramos niños», me cuenta Jorge. «Veníamos en bicicleta y nos pasábamos todo el día andando por acá».

Hay una parte de este pibe de ciudad, criado con el Atari, los dibujitos animados, la colonia del club social o en el mejor de los casos, de fútbol en la placita del barrio que lo odia profundamente. Si, lo odia. ¡Ojo! No estoy renegando de mi infancia, pero ese niño de Haedo se muere de envidia de tener todo ese parque de diversiones para él y sus amigos. ¿Te imaginás lo que nos hubiésemos divertido con el Oso, el Bolsa y el Negro con las bicis por acá? (sí, a veces me hablo a mí mismo).  Y en eso, interrumpe: «¡Todavía falta lo mejor! ¡Vamos!»

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Nos lleva por una especie de pasillo (un pasadizo secreto, si seguimos jugando…) que se va haciendo más angosto a medida que avanzamos. «Cuando llueve no se puede venir por acá, es muy peligroso.» Claro, no sólo porque ese corredor es formado por el agua que pasa por allí, sino por los desprendimientos que pueden ocurrir y ahí sí que no hay salida de escape. Es un auténtico laberinto natural que para transitarlo hay que subir cuestas, escalar paredes, trepar rocas, pasar por agujeros formado por pedazos de montaña derrumbados. Lo hicimos. Lo hice. Y todo ese esfuerzo termina valiendo la pena cuando se llega al Anfiteatro.

Se trata de un paisaje demasiado imponente. Un super-paisaje. A nuestro alrededor emergen formas extrañas en las rocas, como si fuesen dientes o colmillos de la tierra. Como unas estalactitas, pero al revés, de abajo hacia arriba. Más allá, un muro de piedra rojiza en el cual se dibuja, una línea recta formando un corte con un ángulo de 45º. «Eso es una típica falla geológica. ¿Lo aprendiste en la escuela? Bueno, acá lo tenés.»  La línea que está en la pared también se repite en dos rocas que tenemos detrás nuestro separada por cien metros de distancia. Pero también se repite exactamente igual en la pared del otro lado del cañon. Y si uno la transporta imaginariamente se vuelve a repetir una y otra vez, siempre en el mismo lugar, sobre todo lo que se le ponga en el camino. Eso quiere decir que en algún momento todo el Cañón de Talampaya y la Quebrada de Don Eduardo fue un sólo y macizo bloque de piedra.

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Ya nos toca volver por un sendero un poco más amplio, decorado con alguna vegetación a los lados. Mientras lo hacemos, Jorge nos cuenta historias de extravíos y supervivencias que han sucedido a través de los años. El mediodía es tenaz cuando el cielo está despejado y nos queda poca agua.

«¿Por qué se llama así el lugar?», le pregunté. «Se llama así porque a esta quebrada venía un paisano de acá de la zona. Acá cerquita tenía el rancho. Ya falleció, pobre, hace unos cuantos años. Traía a sus animales a tomar agua, como arriero que era, porque aunque veas todo seco, hay mucha agua abajo de la tierra. Nosotros sabemos donde están las vertientes. Entonces venía siempre, y uno pasaba y acá estaba… con sus cabras. Y bue, se llamaba Eduardo el hombre. Entonces, para ubicarla, la gente del lugar le llamaba la Quebrada de Don Eduardo… y le quedó.» A ver que prócer tiene su nombre grabado en la memoria de un lugar más increíble, que este Don Eduardo… Sos linda Argentina.

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 ¡Muchas gracias!
Secretaria de Turismo de La Rioja

DATOS ÚTILES PARA POTENCIALES VIAJEROS

Días y Horarios:

El Parque Nacional Talampaya está abierto de Abril a Junio: de 8:30 a 17:30 hs  y de Julio a Marzo de 8 a 17 hs. Las excursiones a la Quebrada de Don Eduardo pueden ser en trekkings o en bicicletas. Generalmente salen a la mañana, así que es importante que lleguen temprano.

¿Cómo llegar?

Puede ser mediante un tour contratado tanto en Villa Unión como en La Rioja. En bus, hay servicios diarios de la empresa FACUNDO. Les recomiendo tomarse el primero del día para llegar a tiempo a las excursiones. En auto Se accede por RN 38, en dirección sur hasta Patquía. Luego hay que tomar la ruta 76 con dirección al parque Si pasan por La Rioja, aprovechen ingresar a la Oficina de Turismo, ubicada al lado de la terminal de omnibús. Allí le darán mucha información y consejos que les van a ser muy útiles para programar su viaje.

Excursiones en bicicletas y caminatas por la Quebrada Don Eduardo

Asociación Civil de Guías del Parque Nacional Talampaya:
www.talampayaecoturismo.com | talampaya.acg@gmail.com | Teléfonos: (0380) 4790000 – (0380) 154790000

Alojamiento: 

Pueden dormir en Villa Unión, a 58km o Pangancillo a 20km de Talampaya. Para los más aventureros, el parque cuenta con espacios para acampar excelentes con estacionamiento techado, parrillas, quinchos y baños equipados con duchas con agua caliente. Wi-Fi, Adecuaciones para personas con capacidades diferentes, salón de usos múltiples, baños acondicionados, biblioteca, estacionamiento cubierto.

Consejos útiles:

Dado el clima del lugar es recomendable llevar botella de agua, protección solar, calzado adecuado (zapatillas), ropa liviana, un abrigo, gorra y anteojos de sol.

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