Hacia un largo tiempo que veníamos pensando en ello y ambos sabíamos que aquel era el momento adecuado. Habíamos llegado a Costa Rica con la idea cada vez más clara de que nuestro viaje debía evolucionar, que debíamos ir un poco más allá. Impulsados por una fuerte curiosidad e incentivados por los relatos de Juan y Laura, los Acróbatas del Camino, creíamos que debíamos empezar a trazar nuestra aventura de recorrer latinoamérica a dedo. Había una buena señal, ello nos ponía nuevamente en el lugar incómodo, inseguro y desafiante que nuestro ADN viajero estaba pidiendo a gritos y rechazando al mismo momento.

Hoy, ocho meses después de nuestro primer autostop estamos convencidos de que lo que nos impulsa no es una cuestión de ahorro, sino la necesidad de probar-probarnos que no hace falta el dinero para poder viajar, sino coraje y la convicción de que somos más los “buenos” que los “malos”, lo cual representa un alivio y esperanza para vivir en el mundo de hoy.

Aquello que comenzó como una aventura se convirtió en una identidad, en un estilo de viaje y de vida que nos ha acercado a la gente y sus culturas de una manera más auténtica. Además, ese salto al vacío que significa entregarse a la suerte, nos a hecho vivir situaciones y lugares que jamás hubiésemos imaginado.

Al fin de cuentas, creo que el autostop no es viajar gratis, sino es alejar a los miedos, matar a los prejuicios, romper los estereotipos, es dejar de mirarse el ombligo y darse cuenta que necesitamos del otro. Es vivir cada día diferente, es conocer en el sentido mas amplio de la palabra. Es esperar, es perseverar, es creer y es confiar.

Con esa idea es que en esta sección voy a contarles mi experiencia a través de algunas de las cientos historias que viví gracias a esto de “viajar a dedo”.

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1. «LA PRIMERA VEZ»

No había más que pensar. País nuevo, viaje nuevo, vida nueva! Cruzamos la frontera con Mauro y Lucas, dos amigos que conocimos en Panamá. La idea era viajar juntos, pero nosotros estábamos completamente decididos, era ahora o nunca. Así fue. Ya en territorio “Tico”, compramos unas bananas, los acompañamos hasta el terminal para que se tomaran un bus a Puerto Viejo y justo cuando iban a sacar el pasaje, les dimos la sorpresa: Nosotros los encontramos allá, vamos a ir a dedo!

Nos desearon buena suerte y creo que mucha fe no nos tuvieron porque nos prestaron uno de los Walkie Talkiepara estar comunicados por las dudas (Sí, habían comprado unos Walkie Talkie!). Luego, ellos partieron mientras nosotros, mochilas al hombro, caminábamos un kilómetro por la ruta en busca de un buen sitio más allá de la curva porque, si había algo que sabíamos es que no es bueno hacer dedo en una curva.

El calor era abrumador y la ruta una desolación. Allí estábamos, dos viajeros enfrentándose a un nuevo estilo de viaje. Como todo lo nuevo, implica inexperiencia que se traducen en errores, algunos miedos y más preguntas que certezas. Nos surgieron a las primeros cuestionamientos: ¿Como hacemos?¿Nos paramos y movemos el pulgar como en las películas? ¿Alguien va a parar? ¿Escondemos las mochilas? ¿Hacemos dedo los dos? ¿No es una redundancia? ¿Es que realmente, alguien va a parar?

 

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Efectivamente! Justo cuando le hacíamos dedo a todo (le hicimos dedo a una moto de policía!) y la ansiedad empezaba a ganarnos la partida, lo visualizamos desde lo lejos. Mientras más se acercaba, más le movimos el pulgar como dice el “manual”, aunque sin demasiadas esperanzas. Creo que el movimiento fue el correcto porque justo cuando pasó sobre nosotros con ese viento que dejan los camiones le vimos las luces traseras titilar.

– Paró!?
– Si, paró!

Automáticamente salí corriendo detrás, en busca de una respuesta como una quinceañera enamorada.

– Para donde van?
– A Puerto Viejo.
– Suban, los puedo dejar en el cruce.
Ya está! Desvirgados de Autostop. Ahora a disfrutar el momento! No sé si lo dejé claro en el párrafo anterior, pero estaba viajando en camión! A muchos de ustedes les parecerá una tontería, pero es que yo nunca había viajado en camión, nunca había visto el mundo desde allá arriba, donde uno se siente dueño de la carretera.

Así fue nuestro debut. Fue con Eduardo y aunque él no lo sepa, siempre lo recordaremos porque nunca se olvida “la primera vez”.

2. EN BUSCA DEL «CUATRO» PERDIDO

Salimos bien temprano de Alajuela con el objetivo de llegar a La Fortuna para ver el volcán Arenal. Cargue mi mochila, mi bolso de mano, y por supuesto, mi Cuatro! Les cuento que mi Cuatro” es un instrumento musical, una especie de guitarra pequeña que compré en Venezuela y que me ha traído muchos dolores de cabeza, principalmente porque yo soy muy despistado. Realmente le ha pasado de todo, pero la constante es que siempre lo pierdo y por alguna explicación sobrenatural, el cuatro siempre vuelve a mí.

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El primer “Raid” (así lo llaman en Costa Rica) nos llevó hasta San Ramón, un pueblo donde debíamos hacer una conexión. Allí, nos pusimos nuevamente al costado de la ruta y al cabo de unos veinte minutos paró un bonito automóvil. Me acerque para ver a dónde iban pero choqué con un problema: Lo único que les entendí fue “La Fortuna”. Ellos eran dos belgas muy simpáticos pero como yo no hablo otro idioma que el español, le tuve que dejar la tarea de socialización a Vito. El viaje duró tres horas, en medio de recomendaciones, risas y charlas de las cuales me perdí casi todo, mientras recordaba por qué no le hice caso a mi madre cuando de chiquito me quería mandar a aprender inglés. Llegamos a La Fortuna, nos dejaron en la plaza principal, nos despedimos con una apretón de manos y partieron para su ecohotel en las afueras del pueblo.

¿Y el cuatro?
– Lo tenes vos!
– No, lo tenés vos!
– Lo bajaste?!
– No!

Listo, ahora si perdimos el cuatro de verdad. Mientras empezaba a hacer el duelo de mi instrumento, Vito recordó que le habían preguntado si conocía dónde quedaba el hotel donde debían ir y en ese recordar, recordó también el nombre. En la esquina del parque había un oficina de turismo. Entramos y le preguntamos si lo conocían, con la suerte que el empleado resultó ser amigo del dueño. Inmediatamente, como si fuese un operativo del SWAT, llamó por teléfono y pregunto si allí estaban hospedados George y Nelly. Nos pasaron con su habitación y Charan! Otra vez el cuatro volvió a mis manos. No sólo nos lo trajeron a la plaza, sino que también nos invitaron para hacer un recorrido con ellos al otro día.

 

3. EL CIENTÍFICO

Ya les había contado que lo más interesante de viajar a dedo es que hay una magia invisible que va hilando circunstancias y coincidencias que nos llevan a lugares que jamás hubiésemos imaginado. Algo de eso paso con“El Científico”.

Parados a la vera de alguna ruta de algún punto de Costa Rica, nos encontramos con Orlando. Nosotros íbamos desde La Fortuna hasta Bijagua, un pequeño pueblo donde queda Río Celeste (lugar más que recomendado para quién ande por estas latitudes). Nos subimos a su camioneta en estado calamitoso y hubo una conexión inmediata. “Si ustedes me dan confianza yo les doy la mía” dijo. El viaje transcurrió entre anécdotas e historias. Resulta que Orlando había sido un importante ingeniero mecánico que había trabajado para la Toyota y vivido muchos años en Japón. Nos contó que ya estaba jubilado y que se había retirado a su finca en el campo a vivir una vida más tranquila.

Ustedes se preguntarán, como nosotros, por qué un representante de Toyota manejaba una camioneta que se desarmaba: “No me tengo que preocupar porque me la roben!”, bromeaba.

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Yo paso por Bijagüa, pero tengo que ir a buscar una mercadería a un pueblo cercano. Si me acompañan, por la tarde los dejo allí”, dijo. Así fue que pasamos todo el día con Orlando, una gran persona. El cargamento que iba a recoger, no era para él, sino para hacerle un favor de transporte a un campesino. Allí lo ayudamos a cargar y como recompensa nos regaló unos riquísimos cocos que nos enseñó a abrir con el machete.

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Luego nos llevó a almorzar y a conocer a su hija “política”. Orlando no tenia hijos, pero hace muchos años tenía una empleada muy pobre que había sido madre soltera. Nos contó con un poco de timidez que se hizo cargo de esa niña. Cuando llegamos al rancho en el que vivían, vimos que la niña ya era una mujer y sus hijos lo llamaban abuelo. Todos lo recibieron con una alegría y un amor conmovedor.

Nos despedimos y seguimos viaje. Hicimos una parada en la ruta, para ver el maravilloso Río Celeste y nos acercamos a Bijagüa. Cuando llegamos nos preguntó: “Dónde se van a quedar? Esperen que aquí me conocen todos, algo vamos a conseguir”. Nos presentó a un señor en la ruta y nos dijo, “Él los va a ayudar. Si necesitan algo dicen que son mis amigos, aquí todos me llaman El Científico”

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Así conocimos a Roland, que nos llevó a su casa y nos permitió acampar en su jardín. Roland trabajaba de sol a sol en una tienda porque tenía una hija que criaba solo porque la madre los había abandonado hace mucho tiempo. Se llamaba Amanda y dicen que era la niña más mala del pueblo, aunque nosotros nos ganamos su confianza. Nos hizo dibujos y nos mostró a todos sus muñecos. Allí pasamos tres días, hasta que la familia debía hacer un viaje a la ciudad que duraría varios días.

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Pensé que debíamos irnos y buscar otro lugar, pero Roland insistía en que nos quería dejar la llaves de su casa mientras duraba su ausencia. Le agradecí por su generosidad pero no podía aceptarlo. Finalmente Jermaly, la niñera de Amanda nos invitó a su casa y aunque era muy pobre, todo lo compartió con nosotros. Conocimos a su familia y pasamos una noche muy agradable.

Hay momentos en que las vidas se cruzan en un punto mágico que cambia al transcurso natural de los acontecimientos. Eso es lo que sucede con el autostop. Nada de esto hubiese pasado, ni hubiésemos conocido todas estas historias, si no hubiésemos estado a la vera de esa ruta, en ese instante, en ese punto exacto de Costa Rica. Nada hubiese sucedido si no cruzábamos en nuestra vida al Científico.

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