Hay quién pensaría que un viaje por Centroamérica implica arenas blancas, mares turquesas, palmeras y corales. En cierta parte puede serlo, pero no todo es playa en el Caribe. Ese hilo de continente que une a las dos grandes Américas tiene, como si fuese su columna vertebral, una extensa cordillera central llamada Arco Volcánico Centroaméricano. Allí viven (y digo viven porque muchos están vivos) una sucesión de volcanes activos que pertenecen al famoso cinturón de fuego del Pacífico. Me parecía una opción bastante tentadora para alguien que quiere algo más que sentarse a ver pasar los días con un coco en la mano.

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Intento 1: Volcán Barú, Panamá.

Todo comienza al norte de Panamá, en uno de los lugares más hermosos de ese país. Boquete es un pueblito que parece un cuadro, metido en un valle, entre medio de montañas verdes, ríos y senderos. La producción de flores es su principal actividad, así que imagínense. Allí llegamos para pasar unos días de relax. Intención que deshizo, cuando nos encontramos de casualidad con Lucas y Mauro con la idea de subir el Volcán Barú. Como venta promocional, nos ofrecían que desde la cima podrían verse los dos océanos a cada lado. ¿Interesante, no?

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Automáticamente nos sumamos a la travesía, sin tiempo, ni información, ni equipamiento. El ascenso es un sendero de 14 kms en constante subida. Al principio, en las primeras tres horas, uno va caminando en un clima soleado, entre montes y quebradas con vistas hermosas, mariposas y flores de todos colores. Luego, el asunto se pone un poco más difícil. El frío asecha, y el camino se vuelve de rocas sueltas en las que hay que tener mucho cuidado de no caerse. Los carteles que marcaban la distancia a la cima eran una tortura hermosa, pero una tortura al fin. Más de seis horas, unas cuantas ampollas y un agotamiento total nos llevó llegar a la meta final. Justo cuando estábamos a punto de claudicar pasó una camioneta de guardaparques, y ni lerdos ni perezosos, le hicimos dedo. “Agarrense” dijo nuestro nuevo amigo-salvador y nos llevó hacia bien arriba de las nubes (dirán que fue trampa pero para mi defensa sólo faltaba 1 km).

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En la cumbre soplaba un viento feroz y el frío nos hacia doler los dedos, lo que dificultaba aún más el armado de la carpa. Así y todo, nos tomamos un tiempo para que el volcán nos regale una postal de un atardecer que pocas veces volveré a ver en mi vida.

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Cuando el sol terminó de ponerse debajo de las nubes, pasé una de las noches mas horribles de mi vida.El clima se volvió tan gélido que nos obligó a meternos todos dentro de la misma carpa y ni así pudimos pegar un ojo. Nuestras humildes bolsas de dormir compradas en el supermercado no pudieron contrarrestar un frío de esos que se mete en los huesos. Cuando volvió la claridad, salí de la carpa emocionado a ver finalmente a mi derecha el Atlántico y a mi izquierda el Pacífico, pero lo único que pude observar fueron las nubes que no daban más visibilidad que treinta metros. Mala suerte, no quedaba nada por hacer. Me conformé con subir hasta la cruz y conquistar la cima.

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Intento 2: Volcán Poás, Costa Rica.

Segunda chance para avistamiento de volcanes. Esta vez le tocaba el turno al Poás en el centro de Costa Rica, que tiene una gran ventaja: es de muy fácil acceso, con lo cual el sufrimiento quedaría a un lado. Llegamos a la ciudad de Alajuela, muy cerca de la capital San José. Desde allí, tomamos un bus hasta el Parque Nacional, pagamos los 10 dólares de la entrada y fuimos por un sendero muy bonito y ordenado, directo hacia el mirador del cráter principal. El cráter es uno de los más grandes del mundo y alberga una de las maravillosas lagunaesmeraldas que había visto tanto en fotos de Nueva Zelanda y que al fin podría tenerla en frente.

Ibamos sonrientes, distraídos y relajados como dos turistas que acaban de llegar a Disney, por la huella que nos llevaba hacia el mirador. Pero mientras nos acercábamos al final del camino empecé a notar un mal presagio: se largó a llover. Un cartel nos indica que ya llegamos, subimos las escaleras, intrigados, emocionados, eufóricos por ver el cráter y la laguna esmeralda. Nos paramos sobre la tarima, nos asomamos por la baranda y ……. Blanco. Todo, absolutamente blanco. La nube, la misma que nos llovía sobre nuestras cabezas, nos daba el paisaje de una pared pálida en frente de nuestros ojos. La maldecí, obviamente, durante los siguientes treinta minutos. Los turistas sacaban fotos, y a no ser que tengan lentes de rayos x, yo no se de qué. Esperamos un tiempo, dimos una vuelta, tomamos un café y volvimos. Blanco, insistentemente blanco. Era evidente que no tenía que ver un volcán, pero esto no quedaría así.

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Intento 3: Volcán Arenal, Costa Rica.

Después del triste episodio del Volcán Poás, mi reacción lógica fue: “Basta, vamos a la playa!”. Pero ya les dije, y yo sabía bien, que no todo es arena y mar en Centroamérica. Por ello, si bien afirmaba que no quería ver un Volcán más en mi vida, el inconsciente me llevó directamente al pueblo de La Fortuna. Viajamos todo el día a dedo, a través de montañas, selvas y un ecosistema de los más diversos y fértiles del continente.

Llegamos por la tarde a la plaza principal desde donde se puede apreciar el Arenal, el volcán con mayor actividad de Costa Rica. La Fortuna se ha vuelto un pueblo específicamente turístico, desde que el volcán hizo erupción en 1968. Extrañamente, tiene sentido el nombre del pueblo, ya que viajeros de todo el mundo vienen a probar suerte en ver algún episodio como aquel y algunos lo han logrado. En las casas de souvenirs se pueden comprar las postales de las distintas explosiones sucesivas como la de noviembre de 2006. Parece haber sido un espectáculo dantesco y magnifico a la vez. Mientras duró nuestra estadía, el volcán permaneció en silencio y por algún motivo que desconozco, la cumbre nunca se pudo librar de una pequeña nube que le hacia de sombrero.

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Como el volcán esta en constante actividad, no se puede escalar ni acercarse demasiado. El parque esta estrictamente custodiado y sólo se puede llegar hasta un mirador lejano, con lo cual decidimos dejarlo tranquilo y seguir viaje por la selva hacia el norte.

Intento 4: Volcán Tenorio, Costa Rica.

En algunas de esas búsquedas en internet que hacemos los viajeros cuando planeamos ir a un nuevo país, apareció un pequeño paraíso. La imagen era soberbia, aquel debería ser uno de los sitios más bellos del mundo. La fotografía mostraba una cascada con un encanto sobrenatural. Se llamaba Río Celeste y estaba a los pies del Volcán Tenorio, en el norte Costa Rica.

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La verdad, es que queda un poco alejado de los lugares más concurridos. Tal vez por ello sea uno de los parques menos visitados por los turistas. Hay que transitar por algunas rutas sin mucho tráfico, casi en la frontera con Nicaragua y llegar hasta un pequeño poblado llamado Bijagua. Desde allí, tomar un camino de tierra, por el cual no hay transportes públicos porque es bastante rocoso e internarse en la montaña. Todo ello lo hicimos a dedo, y finalmente llegamos al Parque Nacional Tenorio. Para mí tenia un gusto especial, porque era el lugar que había soñado conocer y no tenia muchas expectativas de poder llegar. De repente, ya estaba ahí.

El parque es sencillamente fabuloso. Es un extenso camino de lodo, con una selva en estado casi virgen. Se pueden ver plantas, insectos y árboles de todo tipo. Es uno de los lugares con mayor biodiversidad que he visitado. Es como meterse en una gran telaraña de hojas, ramas y lianas, hasta que se llega a una escalera que empieza a bajar y aparece.

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Dejaré que la imagen hable por si sola. No hay demasiadas palabras para describir lo bella que puede ser la naturaleza cuando se lo propone. Aquel era un lugar de ensueño, la cascada soñada pero imposible. El agua era perfectamente celeste, del mismo color que la dibujamos cuando somos niños aunque sabemos que el color de un río no es celeste. Quizás de allí viene el enigma y la maravilla del lugar, de que los excesos de la imaginación finalmente puede hacerse realidad.

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Siguiendo por el sendero, el celeste se hace aún mas intenso en la “Laguna Azul” y finalmente, luego de cruzar algunos puentes colgantes se llega al “Teñidero”, el punto exacto donde la magia tiene lugar. Allí se puede ver como el río corre transparente y al pasar por una línea imaginaria se vuelve celeste. Resulta que no es arte de magia, sino que hay un efecto óptico-químico que se produce en el agua y que da ese tipo de coloración. Pero siempre preferí lo mágico antes que lo científico. Entre tanto, nunca vi el Volcán Tenorio pero con semejante lugar, a quien le importa. Ya habría tiempo para ello.

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