Hay momentos en que el hilo conductor de la vida se corta. Son instantes únicos, irrepetibles. Son, por más pequeños e irrelevantes que sean, los segundos donde se construye la historia. Ayer fue uno de esos días.

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Son esos momentos en que el curso normal del tiempo cambia de ritmo. Todo se acelera. Afuera en la calle, la gente se choca. Muchos apuran el paso pero sin rumbo fijo. Ahora es dudoso, nervioso, como si deambularan despiertos. Todos hablan con todos pero sin entender bien con quién, ni de qué hablan. Están inmersos en un estado de hipnosis.

Las radios se sintonizan en cada puerta, los televisores se prenden en cada bar. Todos miran atónitos, escuchan incrédulos. Allí está expuesta la inevitable noticia. Lo que nadie creía, lo que nunca iba a pasar: Murió.

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Todos los teléfonos empiezan a sonar al mismo tiempo componiendo una melodía terrorífica. Algunos contestan mientras caminan con la cabeza gacha, dibujando trayectos perfectamente circulares. Hablan susurrando, casi sin aire, porque tienen la garganta cerrada y un nudo en el estómago. Rápidamente las líneas se colapsan, pues la tecnología, que es demasiado programada, no da respuestas a lo impredecible de la vida.

Poco a poco van llegando a la plaza, y aunque son de tez oscura, arriban con la misma palidez en la cara, con la mirada perdida. En sus rostros vive la angustia de la incertidumbre y la desesperanza del final. Las mejillas húmedas se rozan unas con otras, pero todos se funden en un mismo abrazo.

Es ese instante en que pareciera que el mundo se pone en pausa. El corazón late fuerte, las piernas se aflojan y el cuerpo se siente más liviano.

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De repente, como una bocanada de aire, el desahogo. El llanto y el grito contenido de un pueblo que se llora a sí mismo. Pues aquello que llora, no es más que su propio reflejo.

Y allí la paradoja: El mismo pueblo que parió a su líder, hoy se siente huérfano.

No hay consuelo, aunque algo les queda. Es entonces cuando el pueblo, que no tiene más  remedio que ser pueblo, saca lo único que le queda para sobrevivir: su orgullo.

Ayer fue uno de esos días en que ya nada será como antes.

Maracay, Venezuela. Miércoles 6 de Marzo de 2013.

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