Cuando le conté a Cristal lo que tramaba, suspiró: “Roraima, la tapa del frasco”. Me sorprendió lo gráfica que fue su comparación. Cualquiera que vea una foto del tepuy se dará cuenta que parece exactamente eso, la tapa de Venezuela.

Sin embargo esa frase quedó dando vueltas en mi cabeza como una metáfora. Durante los tres meses que duró mi estadía recorrí gran parte del país bolivariano, pero aún así me sentía en deuda, había algo que me faltaba. Es que los viajeros nos dedicamos básicamente a soñar y a intentar cumplir nuestros sueños. Y nos pasa que cuando aquello que anhelamos se nos niega, nos deja como una especie de vacío de viajero. Roraima era para mí, la tapa del frasco, no sólo en el sentido descriptivo sino también en un sentido figurado. Era la tapa que debía cerrar mi viaje por Venezuela, sino siempre quedaría abierto. Si bien sabía que no me podía ir sin conocerlo, ya empezaba a resignarme a que así seria. Pero resulta que los viajeros nos dedicamos a soñar…

Roraima

Roraima

Sin duda, uno de los lugares más tentadores de Venezuela para un mochilero es la Gran Sabana. La zona es una extensa meseta que se eleva a más de 2500 metros de altura. Es el más maravilloso jardín venezolano. Lo que lo hace verdaderamente enigmático es el desconocimiento que se tiene de sus miles de kilómetros de tierra virgen. Quizás sea uno de los lugares más inhóspitos de Sudamérica, donde se esconden innumerables maravillas naturales y secretos para explorar.

Allí se encuentra el Parque Nacional Canaima, con sus dos hitos principales: El Salto Ángel y Roraima, el tepuy más alto la Gran Sabana. Los Tepuies son una especie de montañas recortadas, con una gran pared vertical y una amplia llanura en su cumbre donde se encuentra un ecosistema único e irrepetible en el mundo. Se dice que estas formaciones son las más antiguas del planeta (datan del período precámbrico) y nunca han estado sumergidas. Roraima significa en lengua pemona, “madre de todas las aguas” y según la creencia aborigen, es uno de los dioses creadores del universo.

Yo no creo en brujas pero que las hay, las hay. Lo cierto es que algunas fuerzas extrañas se deben haber conjurado para que desde ni siquiera pensar en verlo terminemos pisando su cima.

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Llegamos Puerto Ordáz, con la simple idea de quedarnos unos días en casa de nuestra amiga Cristal, conocer su ciudad y visitar el salto La Llovizna. Como ya sabíamos de antemano, los tours a Roraima no bajan de 300 dólares por persona, con lo cual se hacía imposible para el presupuesto de este viajero. ¿Imposible? Primero hay que agotar las posibilidades, después el destino dispone. Por ello en la primera charla de bienvenida surgió la pregunta: ¿Cómo se puede ir a Roraima? Yo pregunté como quien pregunta “que bus me tomo para ir a…”

Bueno, no es nada fácil llegar allí. La Gran Sabana, tiene una sola vía de acceso terrestre. Se trata de la carretera Nº 10 de más de 800 kilómetros que la atraviesa desde Puerto Ordáz hasta Boa Vista, Brasil. Sólo eso, sólo una línea en medio de la nada, o mejor dicho, en medio de 10.820 km2 de extensión donde por supuesto, perdido por ahí, está Roraima.

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La Gran Sabana

La Gran Sabana

Como para palear el instinto de aventura se nos ocurrió recorrer toda esa ruta “a dedo”, parando en algunos puntos atractivos que se encuentran muy próximos al camino. Armamos mochila, carpa, unos pocos víveres y fuimos hasta la terminal de buses para tomar un transporte local que nos deje al comienzo de la carretera para empezar la travesía. Resultado: Nunca llegamos a sacar el pasaje. Mientras estábamos en la boletería se nos acercaron Andrea y Rafa, dos chicos caraqueños que nos dijeron las cuatro palabras mágicas: “Quieren ir a Roraima?”

–  Como querer, quiero. Pero no tenemos casi nada de dinero. Le respondí cabizbajo.

–  No importa, nosotros ya tenemos todo pago: El trasporte, tenemos comida y contratamos a un guía pemón. Si vamos nosotros o si vamos los cuatro nos sale lo mismo, así que danos lo que tenías pensado gastar en estos días y vamos todos.

Yo no sé nada de astronomía, pero estoy seguro que ese día algunos planetas se alinearon. Nos tomamos un tiempo para pensarlo, no más de dos minutos y ya estábamos subidos a la nueva aventura.

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El grupo de escalada a Roraima estaba conformado por: Andrea, profesora de yoga (Elasticidad, concentración, buena respiración). Rafa, DT de fútbol (Obviamente, por su profesión, buen estado físico). Vito, médica (siempre es bueno tener un doctor, por si acaso…). Y Yo, Blogger.

El equipo no estaría completo sin Jeremías, nuestro guía aborigen, más conocido como Rap-Pemón. Su pseudónimo proviene de un dudoso talento para improvisar hip-hop en lengua pemona. Indio moderno si los hay. Anteojos y gorra de visera conforman la imagen surrealista, combinación de taparrabos y Ipod. Se los presento oficialmente, con ustedes Rap-Pemón:

Rap Pemón!

Rap Pemón!

Viajamos por la noche, llegando en la madrugada a San Francisco de Yurani. Desde allí tomamos una 4×4 que luego de cuarenta minutos de caminos sinuosos por entre los montes nos depositó en Paraitepui, la comunidad aborigen más cercana al tepuy. Allá a lo lejos se ve Roraima, inalcanzable. Pero ya podía verlo, que no es poca cosa, y como les dije es cuestión de seguir agotando las posibilidades.

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Luego de algunos trámites de rigor, comienza la caminata. Larga, lenta pero constante, durante seis horas. Las primeras dos fueron de chistes y charlas. El paisaje ayuda a la distracción. Se van atravesando bosques, algunos arroyos, subiendo y bajando lomas con hermosas panorámicas. Las segundas fueron de calor, mucho calor. Me dio un poco de incertidumbre cuando vi a Rap-Pemón desplomarse en el suelo. “Caminan muy rápido!” decía mirando al cielo a través de sus gafas Rip Curl. La incertidumbre se convirtió en preocupación, cuando me confesó que hacia como un año que no pisaba Roraima. Si ese era nuestro guía…

Las últimas horas fueron de silencio. Un poco por el cansancio, otro poco por el paisaje y ese silencio que contagia. Al atardecer estábamos en el primer campamento. Se puede ver el Kukenan Tepui en todo su esplendor, erguido, elegante, hermoso. Con haber llegado hasta ahí, yo ya estaba hecho. Era una imagen increíble, la foto perfecta. Era esa postal que pensé que no iba a ver, pero que el deseo, la perseverancia, y la intuición me habían llevado hasta ahí. También un poco de suerte, es verdad. Pero cuando la suerte no toca la puerta de nuestra casa, es cuestión de tocarle la puerta a la suerte.

Nos bañamos en el río, cenamos algo y fuimos a descansar para continuar al día siguiente.

Kukenán Tepuy

Kukenán Tepuy

El segundo día es mucho más difícil que el anterior. Son otras seis o siete horas de trekking para llegar al campamento base. El terreno es todo en subida, y el calor lo hace bastante agobiante. Se deben cruzar dos ríos, uno bastante correntoso donde hay que tener mucho cuidado de no caerse y lastimarse. El sol pega muy fuerte sobre nuestras cabezas, los hombros empiezan a sentir el peso de las mochilas. En la última parte, las pendientes se vuelven cada vez más pronunciadas. Uno sube creyendo que cuando llega a la cima viene una bajada, y se desilusiona al ver que le espera otra subida mayor. Así se pasan las horas. El suelo es cada vez más rocoso, y el camino cada vez más tortuoso. Los músculos empiezan agotarse y un aborigen me enseña un secreto: Agarra una hormiga y se pica en la pierna. “Calma el dolor, anestesia natural” dice. A mí ya me dolía demasiado como para improvisar una picadura. Esta vez paso. El Kukenan es mi analgésico, se muestra como un relajo para la mente y para la vista. Roraima es el faro. Esta allí, siempre delante, esperándonos y desafiándonos. Tan lejos, pero tan cerca ahora.

Por más positiva que fuese mi actitud, en un momento pensé que no llegaba, fue justo cuando un andinista holandés me dijo en su español rudimentario “es la ultima subida”. Junté las pocas fuerzas que me quedaban y aquello que parecía un eterno letargo llegaba a su fin. Ya estaba ahí. Habíamos llegado al campamento base. Tenía a Roraima cara a cara.

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Con razón los pemones lo consideran un Dios. ¿Cómo no podría serlo? Cuando uno está enfrente es una evidencia tan grande que comprende que no hay nada más sagrado que la naturaleza. ¿Cómo no adorarlo? Roraima se me mostraba gigante y poderoso; y yo me sentía tan pequeño y agotado. Pero ya estaba más cerca de lo que jamás hubiera imaginado. Había llegado allí siguiendo mi instinto. Debía seguir confiando.

El tercer día es el más importante, es el día de ascenso a la cumbre. Para acceder a la cima hay que subir lo que los lugareños llaman “La Pared”. Roraima, como el resto de los tepuies, tiene la parte más alta en forma recta. Se trata de una extensa pared rocosa de 2,5 kms de alto que le dan esa belleza y particularidad tan especial pero dificulta enormemente el trabajo de quien quisiera escalarla. Es como si el Tepuy dijese: Si querés venir… Agarrate!

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La pared de Roraima se sube a través de una “rampa” natural, formada por la erosión que generan los saltos de agua que caen cuando llueve. Luego de subirla, queda claro que el concepto de “rampa” es un decir.

La primera parte del ascenso son más de dos horas a través de la selva hasta llegar a “La Pared”.  ¿Imagínense lo que es llegar a tocarla? Luego de sueños, desilusiones, viajes interminables, eternas caminatas y unas cuantas ampollas, estaba tocando las entrañas mismas de Roraima con mis propios dedos. Aquello tan lejano estaba al alcance de mis manos.

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Apoyo mis palmas sobre la roca, la siento, le pido a la montaña permiso para subir. Es que uno no se trepa a un Dios así nomás, hay que pedirle permiso. Lo primero que infunde la majestuosidad de Roraima es Respeto.

Comenzamos a subir la rampa. La pendiente es realmente intensa y el barro hace aún más difícil el paso. Las rocas cada vez más mojadas se vuelven muy resbaladizas. De repente aparece un claro, pero no se ve nada. Todo es blanco. Nos damos cuenta que tanta humedad se debe a que estamos atravesando las nubes. Como un buen Dios, hay que ir hasta el cielo a visitarlo.

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“Todavía queda el paso de las lagrimas, y debe haber mucha agua” dice Rap-Pemón. Malos augurios para el equipo. El paso de las lágrimas es el último tramo antes de la cima, que como bien alude su nombre es sumamente difícil y doloroso, al menos para este pobre alpinista improvisado. Se trata de una pendiente de casi 90 grados que se tarda más de una hora en subir. Las rocas están sueltas, lo cual hace muy peligroso el camino; y aún más si llueve porque el agua que recibe de los saltos la trasforman en un río. Para nuestra suerte, en la cima estaba lloviendo a cántaros y no había un salto, sino dos. Nuestro guía nos advierte que no nos separemos, algo que fue imposible.

Voy escalando el paso de las lágrimas, después de 3 días y 2 hs de subida. Las rocas resbalan, otras se sueltan y me hacen trastabillar. La pendiente me obliga a hacer mucha fuerza con mis piernas. Trato de concentrarme para no perder el ritmo. De repente, la adrenalina me trepa por los nervios cuando siento todo el peso del agua sobre mis hombros. Miro hacia el cielo y veo un salto de más de 1 km, desde la lo más alto del tepuy, cayendo sobre mi cabeza. Durante unos segundos me quedo inmóvil, estupefacto, mirándolo maravillado y me siento intensamente vivo. No hay nada yo pueda escribir en este párrafo que describa lo que se siente estar parado allí. Me dolía todo el cuerpo, estaba muy cansado, mojado y con mucho frío, pero en ese instante todo era perfecto y simplemente fui feliz.

El paso de las lágrimas. Esos puntitos de colores son escaladores pasándolo.

El paso de las lágrimas. Esos puntitos de colores son escaladores pasándolo.


¿Estamos todos vivos? Mas que nunca!

¿Felices? Si!

¿Agotados? Por supuesto!

Ahora sólo queda la cima. Una hora más le llevo a mi cuerpo subir el resto del tepuy. Hay que pensar que es sólo un paso más, y  repetirlo cientos de veces. De repente, y cuando uno menos lo espera, uno saca la vista del piso, mira hacia arriba y ya no hay más nada. Aquello que parecía imposible, era realidad. Había hecho cumbre. Estaba parado en la cima. Había conquistado Roraima, la montaña sagrada.

Tendrán que disculparme, pero no puedo revelar demasiado lo que hay en la cima. Es un pacto con la montaña. Sólo a quienes ella deje subir, y sólo quienes hagan el esfuerzo, se les será revelado. Así que voy a respetar su intimidad, no quisiera herir a un Dios. Aquello quedará como un secreto entre él y yo.

Única foto testigo de que he llegado a la cumbre. Debajo, el cielo.

Única foto testigo de que he llegado a la cumbre. Debajo, el cielo.

Pasamos sólo una noche en la cima. El 21 de diciembre de 2013, el día que según el calendario maya era el fin del mundo. Que mejor lugar para esperarlo que en la cumbre del tepuy que ha sobrevivido intacta por más de 200 millones de años. Pensábamos que ni nos enteraríamos y que al regresar veríamos al mundo en ruinas. Es más, quizás seamos los únicos sobrevivientes. Bueno, yo no vi los meteoritos pero sí muchísimas estrellas fugaces de un cielo maravilloso. Luego pasé una de las noches mas heladas de mi vida. Las temperaturas bajan hasta los 0 grados y nosotros sin equipamiento. Nos pusimos todo lo que teníamos: 3 pares de medias, 2 pantalones, 4 remeras, buzo, campera, y la bolsa de dormir. Aun así, no pudimos pegar un ojo.

Al mediodía siguiente empezamos a bajar. Los últimos dos días, son para emprender la vuelta a casa. El camino es el mismo que en la subida pero todo para abajo. Por un momento pensé que iba a ser más descansado, un error de mi parte. Bajar es tan agotador como subir, ya que hay que hacer mucha fuerza para no resbalarse y  sostener el peso de las mochilas. Pero ya no importaba nada. Al pasar por “la pared”, así como le pedí permiso para subir, la toco por última vez, le agradezco, y me despido.

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Ahora el paisaje cambiaba, ya no teníamos a la montaña de guía. Frente a nuestros ojos, se abría la inmensidad de la Gran Sabana como si fuese una infinita alfombra verde. Mientras nos alejábamos, Roraima tuvo un gesto de cortesía y nos despidió regalándonos un bonito arco iris sobre su falda. Empiezo a creer que en toda esta travesía tuve una especie de diálogo con la montaña. Creo que fue un gesto de que le gustó nuestra visita.

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El ultimo día, partimos muy temprano. La idea era terminar antes del mediodía y evitar el sol de la tarde. El cuerpo empieza a pasar factura del esfuerzo. Los pies duelen, las piernas no responden como al principio, el agua escasea y me gano alguna caída producto del cansancio. Estuve a punto de acalambrarme en las últimas lomas, pero lo logramos.

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Sentado, desde Paraitepui miro el camino recorrido. A lo lejos, cerca del horizonte, se ven el Kukenan y el Roraima juntos. Pienso asombrado que ayer estuve parado arriba. Como al principio, me parece imposible que alguien pueda llegar hasta allí. Perdón, ¿dije imposible? Discúlpenme, se me escapó.

Fin del Trekking.

Fin del Trekking.

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