Chefchaouen o Chaouen, como la llaman sus lugareños, debe ser uno de los lugares más pintorescos del mundo. Se encuentra adentrando en las sierras de Rif y su nombre significa algo así como “mira los cuernos”, haciendo referencia a los dos picos de sus cerros aledaños. Es un pueblo principalmente agrícola, donde sus habitantes se jactan orgullosamente de la cantidad de agua que cobijan en la zona y de la buena calidad de las hierbas espirituosas que crecen del otro lado de la montaña.

Tranquilo y silencioso, Chaouen fue la parada ideal para empezar a amigarme con Marruecos después de la tan agobiante Tánger. La pequeña medina, construida a la ladera de la montaña, me hizo sentir como si estuviese en casa.

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Apenas llegamos nos pusimos a buscar alojamiento. Después de andar unos minutos entre la medina, encontramos un Riad bastante lindo. Le pregunté al dueño cuánto costaba la habitación:

– 120 Dirhams, me dijo.
– Y por 3 noches?.
– 360, aquí no hay regateo! respondió.

Ya me cayó bien.

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El pueblo es encantador, parece sacado de un cuento de duendes. La medina completamente azul es para perderse y al rato reencontrarse en la misma esquina, una y otra vez. En cada paseo, uno tiene la sensación de que siempre está dando vueltas en círculos. Está repleta de pendientes con curvas, escaleras, puertitas de madera diminutas, ventanas misteriosas, que contrastan con el colorido de sus negocios y sus fuentes de agua potable dónde la gente hace cola para llenar sus botellas del día.

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Pero lo  más importante y curioso de este diminuto pueblito, son sus constantes reminiscencias a mi tierra natal: Argentina.

Para empezar, lo más obvio. Todas, pero todas las casas están pintadas de celeste y blanco. Nos han dicho que el blanco es para combatir el calor y el celeste para ahuyentar a los mosquitos. Otros que refiere a una herencia andaluza. Así y todo,  el lugar parece un encubierto homenaje a aquellos colores que un día inspiraron a un tal Manuel Belgrano. Y como cuando uno se encuentra de viaje está un poco mas sensible,  saca ese orgullo argento que todos tenemos y se siente pasear dentro de la celeste y blanca!

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Anduve todo el día con mi camiseta de argentina para estar a tono con el ambiente. Como era de esperar, hizo furor. El fútbol es sin dudas un factor de acercamiento entre los hombres y en Chaouen, parece que son fanáticos de nuestra selección. Mientras caminaba por el pueblo, me fueron saludando con el “Ey, Argentina! El mejor!” Pero no sólo eso, sino que me fueron recordando los 11 inicial y los suplentes. “Ey, Agüero! Higuain! Di Maria! Mascherano! Lavezzi! Riquelme… “ etc.

chef-chaouen-marruecos-5Por supuesto, el puesto número uno se lo llevó Messi. Es el héroe popular. Nos cruzamos con un padre, junto a su hijo vestido del Barcelona. Cuando se enteró que éramos argentinos, se le iluminó la cara y nos pidió que nos sacáramos una foto con su niño. Automáticamente se sumó otro señor, diciéndonos: “Messi es el mejor, no sólo como jugador, sino como persona” (Tomá, Ronaldo!). Entablamos la eterna discusión si es mejor que Maradona, que tiene tan pocas respuestas que nosotros nos fuimos y los marroquíes se quedaron discutiendo acaloradamente. Lo cierto es que la mayoría de los niños tienen su camiseta y la venden en la mayoría de los puestos callejeros.

chef-chaouen-marruecos-6Los viajes te dan sorpresas pero sin dudas un momento mágico fue cuando en un balcón vi a un hincha de Boca! Si! Leyeron bien! Un marroquí, fanático Xeneize, con camiseta y todo. Lamentablemente no tenía la cámara encima, pero hubiese sido una foto antológica. Nos saludamos a los gritos de bostero a bostero, ambos sonrientes por habernos encontrado. Así es la gente de por aquí.

Pero no sólo hay gente en Chaouen. También hay gatos, muchos gatos. Grandes, chiquitos, negros, atigrados. Están en las calles, en los rincones, en los negocios, en los restaurantes. Los cientos de amiguitos felinos que copan la medina, son parte del paisaje y de la vida diaria del lugar.

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Como todo pueblo, el punto neurálgico es su Plaza central Uta al-Hammam donde se encuentra una mini Kasbah y varios restaurantes con mesitas en la vereda. Allí conocí a mi primer amigo marroquí. Como nunca me aprendí el nombre, lo bauticé Juan CarlosÉl tiene un trabajo muy particular, se dedica a interceptar a cualquier turista que pase por la plaza y convencerlo lo más rápido posible que almuerce o cene en su restaurante. Quizás les parezca un trabajo menor, pero debo decirles que Juan Carlos hace de su oficio un arte. No sólo maneja distintas técnicas de persuasión, sino que además sabe hablar en árabe, francés, inglés, español, italiano y japonés! “Sólo algunas palabras” dice, siempre tan modesto. Lo que más interesó de él es que trabajaba todo el día, y realmente parecía disfrutar de su labor.

La cuestión es que todos los días, Juan Carlos nos recibía con un: «Amigooo! Que quieres comer hoy?» cuando se trata de gastronomía, debo confesarles que no pongo demasiada resistencia. Nos ubicaba en su mejor mesa y nos preparaba un  platito de aceitunas de invitación (las mejores que comí en mis 30 años de vida). Todo esto, por menos de 3 euros cada uno. Así que en donde estés y aunque no leas castellano, muchas gracias Juanca! Siempre te recordaré.

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Un dato sorprendente es que cuando pedimos una ensalada marroquí, yo esperaba algo muy condimentado, con muchas especias, algo bien árabe. En cambio me trajeron una ensalada de tomate, cebolla y morrón. La ensalada marroquí no es ni más ni menos que una auténtica ensalada criolla. Otro aspecto más de la argentinidad marroquí.chef-chaouen-marruecos-8

Como les decía, Chaouen nos hizo sentir muy cómodos. Su gente fue de la más amable que he conocido en todo el viaje. Típico de la vida pueblerina, relajada, nos trataron siempre con una sonrisa. De a poco, la distancia cultural, esa que nos separaba de lo desconocido, comenzó a achicarse y a permitirnos relacionarnos de igual a igual. Fue un lugar fundamental para comenzar a adaptarnos al mundo islámico.

En una de esas tardes de hostel, tuve una larga y distendida charla con una pareja marroquí. Ella con velo y túnica negra, aparentemente tan distante, resultó ser una persona muy simpática y cercana. Pasamos un buen rato contándonos cómo era el país de cada uno, sorprendiéndonos de nuestras diferencias y sobre todo de nuestras similitudes.

Chefchaouen es eso, no hay mucho más (por suerte). Es un pueblito de esos que parecen mágicos y con personas muy amables. Lo único y lo mejor es dejarse perder entre sus calles y su gente.

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