Esta es una nota sobre el Peñón de Gibraltar, un lugar intrascendente en el contexto de un viaje por el mundo, no crean que no lo sé. Pero la verdad es que me moría por visitarlo, entonces ¿que  fue lo que me trajo hasta aquí?

La Leyenda de Hércules

Cuando tuvimos que decidir cómo ir a Marruecos desde España la opción ganadora fue contundente: ”En barco y vamos a Gibraltar”. No sabía demasiado qué habría allí, pero  es un lugar que siempre llamó mi atención y les confieso que hasta alguna vez le escribí una canción.

Esta especie de fanatismo por un pedazo de roca no es un simple capricho de viajero. Tiene su fundamento en que hace un tiempo leí una historia de la mitología griega acerca de este lugar que me encantó y prendió en mí profundamente, dejándome la suficiente intriga por conocerlo.

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La cosa es más o menos así:

Cuenta la leyenda que un día un tal Hércules andaba por estos pagos en algún tipo de misión que le había encomendado un rey de la época. Debía ir a algún lugar cerca del desierto marroquí, recuperar unas cabezas de ganado y llevárselas al monarca en cuestión. Muchas vicisitudes sucedieron durante la aventura, pero la más importante fue que nuestro héroe, haciendo uso de su fuerza descomunal, separó las dos rocas que dividían África de Europa. Por supuesto pasó lo que era de esperar, el Océano Atlántico se coló por esa hendidura e inundó toda la zona formando lo que hoy conocemos como Mar Mediterráneo.

Así se forma para la mitología griega el Estrecho de Gibraltar. Una de aquellas rocas es el Peñón, y junto con la restante (los historiadores aún no se ponen de acuerdo para reconocerla) formaron simbólicamente lo que se llamó “Las columnas de Hércules”, que designaban la última de las fronteras. Más allá se avecinaba el Atlántico, que dado los pocos conocimientos que se tenia en aquel entonces, era motivo de muchísimas leyendas y temores. Por ello es que para los hombres de la antigua Grecia, Gibraltar significaba algo así como el fin del mundo.

Lo que siempre me atrapó de esta historia, fue pensar que el Estrecho de Gibraltar era un punto de contacto entre el mundo real y lo desconocido. Era simbólicamente, el límite entre lo posible y lo imposible.

Monumento a las Columnas de Hércules

Monumento a las Columnas de Hércules

Cosas extrañas

Retomando el relato sobre mi visita debo confesarles que el Peñón de Gibraltar es un lugar un tanto extraño. (Y eso que he estado en lugares extraños!)

Desde un punto de vista geográfico, es un accidente un tanto anormal. Al fin de la bahía de Algeciras emerge en uno de sus extremos una gran roca de piedra caliza de más de 400 metros de altura, en un terreno totalmente llano a su alrededor y cae precipitadamente en forma de acantilados contra el mar. No hay nada en sus cercanías, que hagan prever que desde una playa común y corriente, va a aparecer semejante mole fuera de contexto.

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Hay una segunda rareza que es en realidad una paradoja. Cuando uno llega a Algeciras está perfectamente ubicado en España. No sólo en el mapa, sino mentalmente. Por ejemplo, quién va supermercado, paga con euros. La gente dice cosas como “joder, coño, gilipollas” y se llaman María, Lucía, José o Manolo. Si alguien tiene hambre puede ir a un bar de tapas, tomar una caña, comer un bocadillo o una paella. Ahora bien, sucede que uno toma, (o coge, porque aún esta mentalmente en España) un bus local, recorre 20 minutos, se baja, camina unas cuadras y listo, está en Gran Bretaña.

A volar!

A volar!

De repente todo cambia. Luego de pasar por migraciones y cruzar una calle que es en realidad una pista de aterrizaje (Si, leyeron bien. Cuando despega un avión, bajan la barrera, pasa y todo continúa), lo primero que vemos es una de esas rojas cabinas de teléfonos como la de Maxwell Smart. Caminamos unos metros más, entonces se nos aparecen afiches de la reina, señales en inglés, automóviles británicos y el cartel que indica que estamos en la calle Churchill Road. El supermarket se llama Morrison, y se paga con Libras Esterlinas. Las tapas se convierten en fried chicken y las cañas en beer. La gente se llama Rachel, William o Frank. No dicen coño ni gilipollas, son callados y correctos. La ciudad está perfecta, limpia, señalizada y silenciosa. Todo está calculado, ordenado y organizado. Entonces sucede la paradoja: uno se encuentra perfectamente ubicado en España, pero mentalmente en Inglaterra.

Como llegamos justo el día anterior al National Day, todo el barrio sacó sus banderas a la calle, como para que no nos queden dudas donde estábamos.

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Una tercera rareza tiene que ver con sus habitantes. Parece que además de ingleses, allí habitan como ciudadanos ilustres, una población bastante numerosa de monos. Lo mas increíble, es que los simios se alojan solamente en el Peñón y nunca-jamás se les ocurre cruzar el puesto de migraciones. El mito dice que mientras ellos persistan en Gibraltar, seguirá bajo el dominio de Gran Bretaña. Tengan en cuenta que los Gibraltareños (¿?) ni por casualidad quieren dejar de ser británicos y estén casi seguros que este es el motivo principal por el cual los monitos son realmente ilustres.

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Pero no sólo son reconocidos, sino que son famosos. Tienen, afiches, imanes, pins, postales y peluches. Sin dudas, son la gran atracción turística del lugar. Para verlos hay que subir a La Roca (The Rock, como la llaman los locales) y visitarlos en su hábitat. Allá fuimos, sin transporte motorizado, caminando varios kilómetros con un paisaje bellísimo, pero en una pendiente constante y dolorosa. Justo cuando el calor estaba a punto de hacernos desistir, tuvimos nuestro primer avistaje.

El primer grupo que vimos era una familia, con su pequeña cría. Mientras yo los fotografiaba, el padre le enseñaba al pequeño a subir por un tubo y la madre me miraba celosa. Es que si bien todo el camino hay carteles que indican que no se debe interactuar con ellos, la gente les da de comer o les toca bocina mientras estos simpáticos macacos hacen todo tipo de gracias, se suben a los autos o les roban objetos a los visitantes. Obviamente, los más curiosos son los jóvenes mientras que los más viejos, en cambio, se mantienen alejados, seguramente fastidiados de animales tan molestos y peligrosos de una especie llamada Hombre.

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Pero si estas cosas que les conté no les parecen tan extrañas como a mí, aún hay algo más de este lugar que me dejó atónito. Si uno mira hacia el sur cuando sube al extremo del Peñón, la naturaleza le regala una vista maravillosa del Mar Mediterráneo. Mientras uno va ganando altura, en el horizonte aparece una sombra. Al atardecer, cuando se corre la bruma, esa sombra se convierte en una montaña que es nada más y nada menos que la costa africana. En ese momento sucedió algo increíble: Yo estaba parado en Europa, viendo África. No sé si en esta oración logro expresar claramente el carácter emocionante e insólito de lo que estaba viviendo. Por las dudas lo repito: Yo estaba parado en Europa viendo África. Poco me importaron las explicaciones lógicas de que el estrecho mide unos 14 kilómetros y que a una altura aproximada la que estábamos en la cima se podía ver claramente la otra costa. Nada de eso. Sepan disculpar lo redundancia, pero yo estaba viendo África desde Europa y ello para mí era un hecho casi mágico!

Así se ve la costa africana desde el otro lado del estrecho

Así se ve la costa africana desde el otro lado del estrecho

Entonces todo cobro sentido y entendí por qué el viaje me había llevado hasta allí. Más de 2500 años después y al igual que a los habitantes de la antigua Grecia, Gibraltar seguía significando lo mismo para mí. Del otro lado me esperaba África, ese continente tan observado y tan desconocido. Tan excitante pero tan inquietante, tan nombrado pero tan olvidado, tan deseado y tan temido.

Allí estaba yo, frente a mi fin del mundo (o el comienzo). Allí me embarcaría hacia la incógnita, con mi mochila llena de ilusiones y algunos miedos, teniendo que dejar atrás algunos prejuicios y descubrirla por mí mismo. Mañana comenzaría una nueva aventura.

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